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Cuando el acoso se vuelve político

Opinión

La semana pasada, la sociedad potosina fue sacudida por los bloqueos en las principales vialidades de la capital, encabezados por estudiantes de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Las imágenes fueron elocuentes: jóvenes con carteles, aulas cerradas, pasillos tomados y un grito que resonó más allá de los muros universitarios: “No fue abuso, fue agresión sexual en una facultad.”

Era el eco de una realidad que lleva años  dentro de la máxima casa de estudios: acoso, omisión, miedo y silencio institucional. Pero bastaron tres días para que el reclamo más legítimo de la comunidad estudiantil se convirtiera en un campo de batalla política.

Lo que inició como una exigencia de justicia y seguridad universitaria se contaminó tras las declaraciones del rector Alejandro Zermeño, quien insinuó la presencia de “grupos ajenos” infiltrados en las manifestaciones, puede ser cierto, en la mayoría de manifestaciones los hay. A partir de esa declaración mediática, la conversación pública giró hacia un supuesto interés del Gobierno del Estado por controlar la universidad. Y con ello, el rector logró lo que parecía su objetivo: desviar la narrativa, victimizarse políticamente y reducir la presión social, justo después de haber realizado un viaje a la Ciudad de México en el momento más crítico de su gestión.

Ese viaje, y sus declaraciones, fueron un error político y humano. Mientras Zermeño hablaba de infiltrados, las alumnas seguían denunciando algo mucho más grave: que sus agresores eran compañeros de facultad, que los protocolos fallan, que los docentes señalados siguen en las aulas y que la violencia institucional las revictimiza.

Pero de eso ya casi no se habla. Hoy, lo importante, para  desgracia de los estudiantes es quién se quedará con la rectoría, quién manipula las protestas, quién gana poder. Y sí, ese debate puede ser legítimo, pero no debe borrar las voces de los universitarios que paralizaron una ciudad solo para ser escuchados, porque ya no creen ni siquiera en el llamado Cuarto Poder.

No es nuevo que la UASLP haya estado cerca del poder. En realidad, la rectoría nunca ha sido completamente autónoma. Desde los tiempos del PRI, varios rectores dieron el salto a la política: Guillermo Medina de los Santos y Mario García Valdez se convirtieron en presidentes municipales; otro más fue diputado tricolor. Juan Ramiro Robledo Ruiz, ex dirigente estatal del PRI y hoy figura política de MORENA, fue antes secretario general de la Universidad. Roberto Leyva Torres, también ex rector, llegó a ser candidato priista a la alcaldía. Todos ellos simbolizan ese viejo puente entre el aula universitaria y el despacho gubernamental.

Hoy, cuando el PRI ya no gobierna y las fuerzas políticas se disputan cada espacio de influencia, la pregunta es inevitable: ¿qué grupo está detrás del rector Zermeño?

La UASLP no enfrenta solo un paro, sino una fractura moral. El rector debería asumir su responsabilidad: un viaje inoportuno, protocolos fallidos y una falta de empatía evidente son razones suficientes para poner su renuncia sobre la mesa. Un gobernador del PRI cob influencia en la UASLP ya se la hubiera pedido, como pasó con el Rector José de Jesús Rodríguez Martínez, quien renunció por un conflicto estudiantil grave.

El problema ya escaló demasiado, desquició una ciudad y dejó en evidencia un sistema universitario desconectado de su comunidad.
Los estudiantes hablaron, pero una vez más, son ignorados. Las autoridades responden con acciones “aspirina”, intentando contener un conflicto que tarde o temprano, inevitablemente se saldrá de control.

 

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