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Entre el escenario y la cancha: la política fuera de lugar

Opinión

La semana política en México dejó dos imágenes que sintetizan, sin decir palabra, el estado actual de nuestra clase dirigente.

En la primera, diputados federales bailando al ritmo de La Sonora Santanera dentro del Palacio Legislativo de San Lázaro. En la segunda, el Diputado Federal Cuauhtémoc Blanco participando en una sesión de comisión... mientras jugaba pádel.
Ambas escenas, aunque distintas, comparten algo más que el asombro ciudadano: la pérdida de sentido y de empatía del ejercicio público.

La representación no es un espectáculo
Nadie cuestiona el valor de la cultura popular, ni que los legisladores también sean humanos. Pero el contexto lo es todo. Mientras México enfrenta una inflación persistente, lluvias devastadoras y una crisis educativa silenciosa, la imagen de funcionarios bailando, jugando o votando por celular provoca más desconexión que simpatía.

No se trata de moralismo, sino de coherencia institucional. Los representantes públicos no solo legislan, también encarnan el respeto por las instituciones.

Y cuando un recinto legislativo se convierte en escenario o una sesión en una rutina multitarea, el mensaje que llega a la ciudadanía es claro: la política parece haberse quedado sin solemnidad.

No es un asunto de partidos, es un reflejo del sistema
Sería un error creer que estas escenas son patrimonio de un solo color o de una ideología.

La realidad es que todos los partidos han tenido su momento de distracción, frivolidad o descuido.

Desde legisladores que se quedan dormidos en pleno debate, hasta quienes revisan partidos de fútbol mientras se discuten leyes que afectan a millones.

El problema no es individual, es estructural: un sistema político que no premia la preparación, ni penaliza la mediocridad.

Por eso, más que indignarnos, deberíamos plantear un cambio de fondo.

Un mecanismo que incentive el mérito, la formación, la responsabilidad y el verdadero servicio.

Porque la política no debería ser un escenario para figurar, sino una vocación para servir.

El dato jurídico
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 108, establece que los servidores públicos son responsables de “salvaguardar la legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia en el desempeño de su empleo”.

No hay cláusula que contemple bailar, dormir o distraerse como delito, pero sí existe una obligación moral y jurídica de actuar con profesionalismo y respeto al encargo.

La Ley General de Responsabilidades Administrativas refuerza esa obligación: la falta de diligencia o decoro también constituye una falta al servicio público.

Hacia una nueva cultura política

México necesita una reingeniería ética de su función pública.

No basta con ganar elecciones; se requiere formar personas servidoras con visión, vocación y conocimiento.

En lugar de sancionar el error, se deben crear incentivos para la excelencia:
programas de capacitación legislativa obligatoria, evaluaciones públicas de desempeño y verdaderas escuelas de formación política que profesionalicen la representación.

Porque el Estado moderno no puede funcionar con improvisación.

Un Congreso sin ritmo institucional termina desafinando con la sociedad que representa.

Para observar en la semana

Tras una semana álgida en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con protestas y hechos lamentables, es momento de apostar por el diálogo, la mesura y el reencuentro.

La UASLP es mucho más que una coyuntura: es un emblema de conocimiento, historia y orgullo potosino. Su grandeza y la de su comunidad permitirán restablecer el orden y reafirmar su papel como motor académico del estado.

Apoyarla y respetarla es también una forma de defender a San Luis Potosí.

¡Hasta pronto!
 

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