Vértice
En la Huasteca Potosina, la muerte no se llora; se espera.
Cada otoño, entre el olor del cempasúchil y el sonido del violín, la vida y la muerte se abrazan con una intensidad que no se explica, se siente. Es Xantolo, y más que una celebración, es una manera de entender el mundo; el tiempo en que los vivos se reconcilian con sus muertos y la memoria se vuelve danza.
No es una copia del Día de Muertos. Es su raíz más profunda.
Su nombre proviene del latín sanctorum,de todos los santos, que al pasar por el corazón Xi'ui, se transformó en algo más nuestro, más vivo. Así respira la cultura; toma lo heredado y lo convierte en una voz nueva.
Cada año, del 30 de octubre al 2 de noviembre, los pueblos de la Huasteca se transforman. En San Martín Chalchicuautla, Matlapa, Tamazunchale o San Vicente Tancuayalab, las calles se tiñen de naranja, el copal perfuma el aire y los cohetes anuncian que las ánimas están por llegar. Las risas se mezclan con los sones huastecos, y las máscaras salen a bailar. Porque aquí, la muerte se disfraza de fiesta.
Los altares, esas arquitecturas del alma son portales que unen los mundos.
En cada vela, cada plato de comida, cada taza de café colocada con ternura, hay un gesto de amor que convoca al espíritu. El arco floral de palma y cempasúchil no es adorno, es camino. Camino de regreso para los que se fuerony de reencuentro para los que quedan.
Pero el verdadero milagro del Xantolo ocurre en la calle.
Ahí donde los huehues, enmascarados de madera y color, convierten el duelo en carcajada. Detrás de cada máscara hay una historia, un recuerdo, un alma que danza. Los pueblos enteros se llenan de comparsas que van de casa en casa llevando música, gratitud y alegría. En cada paso zapateado hay una oración que dice: “No te hemos olvidado.”
El violín, la jarana y la quinta huapanguera narran lo que las palabras no alcanzan. El son huasteco se vuelve idioma entre los mundos, trenza sonora entre lo divino y lo cotidiano. Quien ha estado ahí sabe que el alma tiembla distinto cuando el violín comienza y el viento huele a flor y copal.
El Xantolo es sincretismo vivo, resistencia espiritual.En tiempos de uniformidad y ruido, esta tradición nos recuerda que la fe, el arte y la memoria son refugios. Que lo ancestral no pertenece al pasado, sino al presente que se atreve a conservarlo. Porque en la Huasteca, la muerte no asusta; enseña.
Y aunque hoy las cámaras y los turistas lleguen con curiosidad, el Xantolo sigue siendo del pueblo. No es espectáculo, es promesa. No es evento, es encuentro. Su poder no está en los reflectores, sino en las manos que colocan una vela o en el niño que aprende a danzar con la máscara de su abuelo.
El Xantolo es, al final, una filosofía de vida, nos enseña que el amor trasciende el tiempo, que la memoria no muere mientras alguien recuerde, y que incluso la muerte puede ser motivo de alegría cuando se entiende con el alma.
Más allá de las fronteras de San Luis, Hidalgo, Veracruz o Tamaulipas, el espíritu del Xantolo sigue latiendo.Porque las Huastecas todas, son una sola, unidas por su música, su fe y su ternura ante la muerte.Y cada noviembre, cuando el aire se llena de flores y sones, los muertos vuelven a bailar con los vivos para recordarnos que mientras haya memoria… la vida no termina, solo cambia de ritmo.
De corazón, gracias por su lectura.
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