San Luis Potosí, SLP.- En la comunidad de Nuevo Amanecer, municipio de Cerro de San Pedro, once niños de preescolar y algunos más de primaria llegan cada mañana a una escuela sin agua, sin sombra y con techos de lámina corroída que dejan pasar la lluvia. Aun así, llegan con ilusión. Llegan porque quieren aprender, aunque su salón de clases se parezca más a una improvisada choza que una institución educativa.
La escuela pertenece al Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE), el programa federal que lleva educación a comunidades rurales donde no existen planteles oficiales. Pero el esfuerzo de maestras y familias ya no alcanza. El aula del preescolar mide apenas dos por dos metros; dentro caben nueve bancas viejas, reparadas una y otra vez con clavos y cinta adhesiva. El piso es de tierra, las ventanas no tienen vidrio y el baño dejó de funcionar hace meses.
“El tanque se rompió y ya no hay agua. Las mamás traen cubetas desde sus casas, pero apenas alcanza para limpiar o refrescar a los niños cuando el calor se vuelve insoportable”, cuenta una vecina.
El patio, sin una sola sombra, se convierte en una plancha ardiente desde las diez de la mañana. Las actividades al aire libre se suspenden por riesgo de insolación. “Queremos aunque sea un techito con láminas nuevas, para que los niños puedan jugar —dice una madre—. A veces se enferman del sol o del calor tan fuerte que hace aquí”.
El abandono institucional ha convertido la educación en un acto de resistencia. Las familias se organizan, hacen rifas, venden dulces, juntan dinero para comprar pintura o reparar el mobiliario. “Hacemos lo que podemos, pero no basta”, dice otra madre afectada.
La maestra comunitaria Elvia Juárez reconoce que la comunidad sostiene la escuela con su propio esfuerzo. “Aquí todos ayudan, las mamás, los papás, los niños. Pero hay cosas que ya no se pueden resolver sin apoyo externo. Falta lo básico, agua, sombra, material para trabajar”, explica. “Aun así, los niños llegan con entusiasmo. Eso nos da fuerza, pero también nos duele”.
El contraste es indignante, mientras los discursos oficiales presumen programas educativos inclusivos y presupuestos históricos para infraestructura, en Nuevo Amanecer los niños estudian entre el polvo, la sed y la precariedad, en un aula donde aprender se ha vuelto un acto de esperanza.
Las familias no piden caridad. Exigen dignidad. Piden que las autoridades —federales, estatales y municipales— asuman su responsabilidad y garanticen un espacio digno para los hijos de esta comunidad. Solicitan lo mínimo, un aula segura, agua potable, un baño funcional y materiales para enseñar y aprender.
“Queremos que la escuela deje de ser una promesa pendiente —dice una madre—. Que nuestros hijos aprendan en un lugar donde el techo no se caiga y el agua no falte. Eso es todo”.