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MORIR CON MIS MUERTOS

¿A caso existe algo más doloroso en la experiencia humana, que la pérdida de un ser amado? Ver sufrir a quienes están profundamente conectados a nuestro corazón, mirar sus padecimientos y no poder hacer otra cosa más que acompañarles de la mejor manera posible y permitirnos sentir a veces angustia, otras tristeza, impotencia, desasosiego y cuando al corazón le crecen las alas de la aceptación y la rendición, compasión y un amor todavía más profundo por el otro.  Cuando alguien deja su cuerpo y se marcha del mundo físico, quedan tantas preguntas existenciales sin respuesta rondando en nuestra mente y a pesar de teologías, filosofías espirituales y teorías ya escuchadas una y mil veces, queda un vacío, uno que no podrá llenar nadie. Sí, es verdad, podemos llenar ese espacio, ese silencio, esa incomprensión con el amor profundo que tenemos y tendremos por ese ser y convertir ese lugar en el corazón, en un templo, en un altar a dónde ir a visitarle y hablar con esa persona humana o de otra especie, el resto de nuestra vida. El consuelo puede ser que llegue en pedacitos, a veces no llega del todo, porque la muerte sigue siendo un misterio, algo inefable, algo inaprensible. Hay algo de la muerte que no alcanza la razón y por ende el lenguaje. ¿Te pasa que recuerdas a tu ser amado que ha partido y lo sientes tan cerca, como si le hubieses abrazado el día de ayer? ¿Te ha pasado que te visita en los sueños? ¿Te ha sucedido que habla por medio de símbolos, señales, melodías o pájaros? ¿O tal vez de algunas otras formas que no le has contado a nadie? Y es que todo esto es muy comprensible. Vemos a las demás especies como les lloran a sus muertos, como se desgarran con la pérdida al igual que nuestra especie, exactamente igual. El dolor inaprensible de la separación se siente en el Alma, en el cuerpo, en la psiquis. A veces nos causa trauma, es decir, queda como una lesión invisible. Hay conexiones muy profundas, que van más allá de lo sanguíneo o las afinidades o experiencias de vida que pudimos haber compartido con ellos. Esas conexiones hacen que algunas pérdidas, sean muy difíciles de superar. Y esto no es que debamos ver a la muerte desde un lugar pesimista o siempre trágico, pero tal vez si se trata de aceptar que el tránsito por ese dolor es menester asimilarlo. Si no hacemos los duelos correspondientes, es decir, si no le damos expresión, ritual, escrita, hablada, compartida, sentida y resentida, el dolor se va convirtiendo en sufrimiento y eso por supuesto que se hereda. ¿Sabes cuántas veces he visto en la sala de consulta, a personas cargando con pesadas maletas antiguas de duelos no resueltos? La abuela que no lloró a sus hijos no nacidos, el abuelo que después de perder a la abuela se perdió en la adicción.  El tío que cuando se fue su hermano perdió la brújula de su vida. La Madre que después de perder a su familiar animal no humano tiene una depresión silenciosa que no comparte con nadie y, por ende, una enfermedad autoinmune que avanza cada día un poco más. La familia entera que no puede superar un trágico accidente, porque nunca más se habló del tema. Y podemos seguir con tantos ejemplos. ¿Cuántas personas que han fallecido caminan a tu lado o bien los cargas sobre tus hombros? Pero con tristeza, con luto, no con alegría. Hay lutos tan largos y otros que son eternos. En constelaciones familiares decimos a las personas que han trascendido: “Tu tiempo aquí terminó, gracias por todo lo vivido, siempre tendrás un lugar en mi corazón. Me quedo un tiempo más aquí y honro tu existencia, haciendo una vida buena y bella, disfrutando en tu honor, ya después nos volveremos a reunir” Y es que suena fácil decirlo o leerlo, pero es que una forma muy hermosa de honrar la vida de quienes nos precedieron o se fueron antes que nosotros, es habitar el tiempo presente, no retener, soltar y volver a uno mismo. Duelar es imprescindible. Porque si nos quedamos mirando hacia la muerte y queremos morir con nuestros muertos, dejamos de honrarles. ¿Será que ellos en dónde estén nos cargan a nosotros? ¿Lo has pensado? ¿Cargarán con nuestro dolor, desesperación y melancolía? Expresar con “fe” que es una palabra poderosa: “Te extraño tanto.” “Me haces tanta falta” … “Te doy un lugar en mi corazón. Vivo lo mejor que puedo, amando mucho, haciendo algo hermoso con mi vida y de esa manera te honro. Me quedo en la vida, comprendiendo que tú, en otro espacio diferente, también lo estás. Y seguimos conectados con este amor Divino tan inmenso como la luz eterna. Te recuerdo y te amo, siempre te amo. En cada bendición, aprendizaje y gozo estás tú, están ustedes, aquí conmigo, juntos. “, nos ilumina. Entonces, en lugar de morir con mis muertos, elijo vivir en su honor, amar y disfrutar en su honor, así, cada segundo de mi vida, les bendigo y me bendigo con la honra de volver a sonreír con su recuerdo, en algún momento, ya sin ese dolor desgarrador, sino que con la firme convicción de que nada, nunca, puede separarnos. Y yo querido amigo(a), te abrazo con el Alma aquí en esta vida, siempre en amor, siempre en luz y siempre en sabiduría. 
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.
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