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¡Yabba Dabba Doo!

'Bulevar de Ideas'

CUANDO LOS PICAPIEDRA debutaron en 1960, nadie imaginaba que aquella serie animada de los estudios Hanna-Barbera, ambientada en una supuesta Edad de Piedra, acabaría retratando con sorprendente fidelidad el estilo de vida del estadounidense promedio de mediados del siglo XX. Más que prehistoria, Piedradura es una maqueta de la ciudad sesentera tallada en piedra.

LA CIUDAD DE PEDRO PICAPIEDRA y su inseparable vecino, Pablo Mármol, está diseñada para la rutina moderna: casas de una planta con cochera, jardín para los asadores de brontoburguesas, y calles que se recorren impulsando el auto con los pies. El urbanismo no se entiende sin cardio, y cada traslado implica sudar la camiseta, literalmente.

LA CANTERA DEL SEÑOR RAJUELA es el reloj de Piedradura. Ahí trabaja Pedro, picando piedra en jornadas marcadas por el canto del pájaro-reloj checador.

LOS TRABAJADORES, CON relaciones de vecinazgo muchos de ellos, centran su plática en bolos, costillas y cómo no meterse en líos con las esposas. Es el trabajo como eje del orden social, sin “home office” ni reuniones por Zoom, pero con un profundo contacto humano.

QUIZÁS LO MÁS RECORDADO DE LA serie es su peculiar tecnología doméstica. Los electrodomésticos son animales resignados a su destino laboral: el mamut que aspira, el pelícano que lava platos, el pájaro que hace de tocadiscos.

CADA APARATO TIENE VOZ, mirada irónica y una filosofía que se resume en un suspiro, reflexionando sobre el trabajo. Es una versión rudimentaria, pero brillante, de economía circular: nada se desperdicia, todo se reaprovecha, incluso si protesta.

EL DESCANSO TAMBIÉN ES importante en la vida de la ciudad. El boliche no es sólo un deporte: es una catedral de la amistad, el espacio de desahogo emocional con bola de granito en mano.

EL AUTOCINEMA, SANTUARIO gastronómico, con sus costillas de brontosaurio que tumbarían cualquier coche, representa el exceso como ritual de fin de semana. Y la televisión, por supuesto hecha de roca, ofrece programación familiar con los infaltables anuncios comerciales.

TODOS SE CONOCEN, LAS mascotas hacen ruido y los hijos, Pebbles de los Picapiedra, y Bamm-Bamm de los Mármol, juegan en calles seguras, sin tráfico ni celulares.

LAS VISITAS SE ANUNCIAN gritando desde la ventana, y la logia de los Búfalos Mojados ofrece una parodia entrañable de las fraternidades, entre rituales absurdos y sombreros ridículos.

LAS DISTANCIAS CORTAS SON clave. La escuela, el mercado, la cantera y el boliche están a una patada de piedra. Se camina, se saluda, se conversa. El paisaje combina huesos gigantes, cactus y colinas, con señalética improvisada y cero pretensiones monumentales. Todo es funcional.

PIEDRADURA NO PROMETE progreso futurista, ofrece algo más simple: rutina con sentido, vecinos confiables, comida sabrosa y un grito de guerra que es también una filosofía de vida: ¡YabbaDabbaDoo!

PIEDRADURA ES LA CIUDAD QUE muchos quisiéramos hoy: sin caos, sin prisa, sin filtros. Una ciudad a escala humana, donde el progreso sea un hábito, no una promesa.

@jchessal

 

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