En estos días de octubre que se tiñen de naranja y cempasúchil, cuando el viento trae el aroma de la tierra húmeda y el humo de las ofrendas, el corazón de México late con una mezcla de duelo y celebración. Pero en nuestras Huastecas, esa pulsación se siente más pesada, más cruda. Apenas hemos salido de las sombras de una tragedia que nos ha golpeado como un río desbocado: las lluvias torrenciales e inundaciones que, en las últimas semanas, han cobrado más de 66 vidas, dejado 75 desaparecidos y miles de damnificados en Hidalgo, San Luis Potosí, Veracruz y Puebla.
Familias enteras han visto flotar sus hogares; puentes colapsados han aislado comunidades, y la agricultura —nuestro sustento— yace ahora bajo el lodo. En Huautla, 36 familias lo perdieron todo; en la Huasteca potosina, ríos como el Moctezuma se convirtieron en verdugos, dejando sin energía eléctrica ni víveres a decenas de pueblos. Es la tristeza profunda de nuestras Huastecas, esa que duele en el pecho como un Xantolo interrumpido: un lamento colectivo por quienes se fueron demasiado pronto.
Y, sin embargo, en medio de este dolor fresco, surge la fuerza inquebrantable de nuestro México. Porque ¿qué es ser huasteco, sino sacar de las entrañas esa resiliencia que nos ha forjado? Hoy, más que nunca, necesitamos aferrarnos a nuestras tradiciones para tejer esperanza.
El 2 de noviembre, Día de Muertos, no es solo un ritual: es un bálsamo para el alma, un puente entre los que partieron y los que quedamos. En la Huasteca, el Xantolo —nuestro All Saints’ and Souls’ Day— es un símbolo vivo de identidad. Las comparsas bailan al son de las huapangueras; las ofrendas, con tamales, pozole y mole iluminan las noches con flores de muerto. Es dinamismo puro: un motor económico que despierta mercados, artesanos y cocinas, inyectando vida a pueblos que tanto lo necesitan.
Pero vayamos más allá de lo festivo: en estas fechas tan importantes para el pueblo mexicano, Xantolo es consuelo y motor. Para quienes han perdido tanto —caminos, cosechas, seres queridos—, celebrar es un acto de resistencia. Cada quien a sus posibilidades: un altar sencillo en el rincón de la casa, una vela encendida en memoria de los ahogados por el temporal o una reunión humilde con pan de muerto compartido.
Celebrar es elevar esa fuerza colectiva, transformar el duelo en esperanza. Porque al unirnos en los festejos no solo honramos a los nuestros; también generamos ánimo, un consuelo que nos impulsa a seguir adelante. Nuestros pueblos, golpeados por la fragilidad de la infraestructura ante el cambio climático, necesitan esa esperanza tanto como el aire.
Reubicaciones en zonas seguras, kits de limpieza para prevenir brotes sanitarios y un verdadero compromiso gubernamental para elaborar atlas de riesgos son tareas urgentes; pero es la tradición la que nos da alas para volar sobre el barro.
¡Que vivan nuestras Huastecas!
Esas Huastecas que no sé qué tendrán, pero que una vez que las conoces, regresas y te quedas para siempre.
Ay, Huasteca linda, ¿cómo te voy a olvidar si nací con tu querencia, si nací con tu cantar? En cada son jaranero, en cada paso de zacateado, late la motivación de nuestra cultura.
Que este Xantolo sea el renacer: un llamado a la solidaridad, a invertir en nuestra economía local —apoyando a los damnificados con compras en ferias y mercados—, y a reafirmar un mensaje social claro: la tragedia nos une, pero nuestras raíces nos impulsan.
México, en su esencia huasteca, es fuerza pura.
Sigamos adelante, con ofrendas en el corazón y esperanza en las manos.
¡Viva Xantolo! ¡Vivan las Huastecas eternas!