A-dicción, sin dicción o sea sin decir, es igual a lo no dicho. ¿Cuántas sentencias nos hemos callado? Se escucharon las frases en la mente, pero no salieron por la boca. Secretos, dolores, vergüenzas. Muchas veces también incomprensiones y soledades muy agarradas a la médula y en los profundos recovecos de nuestros corazones. ¿Cuántas veces te has callado, supuestamente por no herir, por no hacer conflicto, por sostener lo insostenible, porque sabías que no serías escuchado(a) ni atendido(a)? Lo no dicho va creciendo como en un basurero, hasta que la pestilencia busca una salida desesperada, como, por ejemplo, “No recuerdo lo que dije, lo que pasa es que estaba borracho(a)” Porque lo que se calla, por convicción, por miedo o por imposición, tarde o temprano se vuelve un cadáver putrefacto. Hiede, lo no dicho se vuelve rencor, resentimiento y amargura. El dolor no visto en el sistema familiar, cobra factura tarde o temprano, repitiéndose en las nuevas generaciones el sufrimiento de aquel entonces. ¿Te imaginas cuántas cosas callaron tus ancestros acerca de sus infancias?
Algunas escenas que les pudieron haber causado horror o una melancolía profunda, lo enterraron en el fondo de su inconsciente y entonces es posible que tú o tus descendientes, estén ahora mismo mirando hacia el mismo lado, hacia la misma escena. Es hermoso mirar ese dolor con amor y darle un lugar en el corazón. De esa forma integramos ese padecer, que en su momento quedó atrapado sin poder ser expresado. Si seguimos por este camino, podemos comprender que, en su momento, no se sintieron ciertas emociones profundas y poderosas que correspondían al instante y la situación. Tal vez porque esos sucesos se vivieron en soledad, en medio de la prohibición o bajo el yugo del grupo. Entonces, lo que está pendiente, es sentir. SENTIR. Y toda adicción tiene como infernal función, que no sintamos, que no veamos la gran falta, el dolor antiguo, el dolor primigenio, ya sea nuestro o herencia de nuestros ancestros.
Los estupefacientes, otras sustancias, el juego, la codependencia, el sexo, los videojuegos, las redes sociales, la comida o cualquier otro artefacto adictivo son formas de evasión. Pero ¿Y si hablamos de nuestro sentir, en un lugar seguro, en un espacio de verdadero apoyo y en donde no exista el juicio? Un lugar en donde sentir sea natural y la expresión válida y saludablemente necesaria. Por eso los programas para salir de adicciones conllevan expresión verbal y apoyo grupal, porque el reflejo en el otro nos hace sentir y estar mucho menos solos y nos hace también sentimos comprendidos. Ser adicto es ser esclavo. Ser adicto es firmar un contrato con el infierno, dejar de ser, convertirse en alimento de una obscuridad profunda y autodestruirse. En la adicción el Alma y la luz se van obscureciendo, la voluntad se desinfla y nos hace caer como títeres viejos en un basurero. Depender cerebralmente de algo o alguien es el infierno en la tierra.
Es defender al tirano y olvidarse del amor. En los programas de recuperación existe siempre una esencia imprescindible para sanar, que es luchar con un ego distorsionado que tomó las riendas de la vida, para volver a encontrarse con el ser esencial que deja en manos de un poder superior su sanación. Porque esto va más allá de algo físico. Esa voluntad que se requiere para salir del infierno, es una luz potente que sostiene y que sana el corazón roto. ¿Qué adicto no tiene el corazón roto? ¿Qué adicta no tiene un vacío profundo? ¿Qué adictos no están desconectados de su propósito y amor propio? Ser adicto es descomponer el cerebro, porque las adversas circunstancias sobrepasaron al ser que lo padece. A veces, esa caída de conciencia es el capítulo en la vida de alguien, en el que la persona renace de las cenizas, pero lo hace de una forma muy cruel y dolorosa. Y esto, claro está que no es una crítica a la adicción, es una invitación a abrir el corazón y saber que siempre está disponible la posibilidad de sanar, de volver a conectarse con el bien supremo, de trasformar la química cerebral nuevamente y crear un espacio de amor incondicional para la persona a quien vemos todos los días frente al espejo.
Aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y tener la sabiduría para reconocer la diferencia nos hace libres nuevamente. Lograr vivir un día a la vez, en Divina presencia y recorrer el camino de la noche obscura del Alma, bien acompañados, nos devuelve a la vida. Dejar atrás los vicios de carácter o pecados capitales, para encontrarnos con las virtudes, amor propio y conexión con la Divinidad, nos da alas. Dar un primer paso, nos lleva a convertirnos en poetas de nuestros destinos. Que cortes lazos con toda dependencia viciosa y maligna, por pequeña o enorme que sea, es mi sincero deseo para tu valiosa, auténtica y preciosa existencia.
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta.
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.