Octubre se viste de rosa.
No por moda, ni por campaña publicitaria, sino por esperanza. Es el mes en que las mujeres se tocan el alma y el cuerpo para recordar que la vida, incluso en su fragilidad, puede florecer con más fuerza. En San Luis Potosí, tres mujeres —Elvia, Nayeli y Griselda— son ejemplo de esa valentía que desafía al miedo, de ese poder que sólo las que han mirado de frente al cáncer pueden comprender.
Elvia, la fortaleza que renace
Elvia sobrevivió al cáncer de mama después de ocho quimioterapias y veinticinco radiaciones. Su cuerpo conoció el cansancio extremo, la piel sensible al tacto, la caída del cabello, los días donde el espejo duele. Pero su espíritu nunca cedió. “El cuerpo sufre, sí, pero el alma aprende a resistir”, dice.
Luego vino una cirugía de mastectomía, procedimiento en el que se extirpa total o parcialmente la mama afectada para evitar la propagación del cáncer. La cicatriz, más que una marca, se convirtió en un recordatorio de su segunda oportunidad.
Con el apoyo de Alma Fundación, Elvia fue beneficiaria de una cirugía reconstructiva que le devolvió confianza, pero sobre todo, le dio el impulso para acompañar hoy a otras mujeres que están iniciando este camino.
“Ahora soy yo quien toma de la mano a mis compañeras y les digo que no están solas. Que sí se puede”, comparte con una sonrisa que irradia vida.
Nayeli, la más joven, la más valiente
Nayeli es una de las más pequeñas del grupo Familia Rosa. Su diagnóstico fue un cáncer HER2 positivo, una de las variantes más agresivas, caracterizada por el crecimiento acelerado de las células malignas. La enfermedad llegó con síntomas sutiles, cansancio, dolor en el pecho y cambios en la piel que, al principio, no parecían alarmantes.
Tuvo que enfrentarse a ocho quimioterapias, veinticinco radiaciones y diecisiete tratamientos de anticuerpos, un proceso físico y emocional devastador.
A pesar del miedo y del dolor, Nayeli nunca perdió la fe.
“Fui valiente porque no tuve opción, porque quería vivir, porque el amor me sostuvo”, dice.
Su cuerpo resistió lo que parecía imposible. Hoy, con el cabello corto y los ojos brillantes, inspira a otras jóvenes a no rendirse. Su historia recuerda que la edad no protege del cáncer, pero sí puede fortalecer la esperanza.
Griselda, la lucha que no termina
A Griselda el cáncer le llegó cuando su corazón ya estaba roto. Había perdido a su hijo, y un mes después, a su padre. En medio del duelo, minimizó los síntomas, creyendo que el dolor era sólo emocional. No fue sino hasta que empezó a perder el cabello que comprendió que su cuerpo también estaba gritando ayuda.
En ese momento enfrentó la enfermedad, completó el tratamiento, y por un tiempo creyó haber ganado la batalla. Pero hace poco, la vida volvió a ponerla a prueba, el cáncer regresó, ahora en la axila.
Una biopsia —procedimiento en el que se extrae una pequeña muestra de tejido para analizarla en laboratorio— confirmó la noticia. “Sentí que el mundo se me venía encima. No podía creerlo”, confiesa.
Hoy se encuentra nuevamente en tratamiento, en la etapa de radiaciones, una fase dolorosa que, sin embargo, simboliza esperanza, la radioterapia destruye las células malignas que aún puedan quedar.
Griselda se sostiene de su esposo, su familia, su fe y de ese grupo de mujeres que se hacen llamar Familia Rosa Potosina, 120 guerreras que comparten medicamentos, consejos, estudios y, sobre todo, abrazos. “Somos una familia que no se elige, pero que se salva juntas”, dice.
El poder de acompañarse
El cáncer no sólo se enfrenta con medicamentos; se enfrenta con amor.
Cada mujer atraviesa etapas, primero la negación, con preguntas que duelen —¿por qué a mí?, si yo me cuido, si soy buena, si hago ejercicio—. Luego llega la resignación, ese momento donde el miedo se mezcla con la tristeza, “me voy a quedar pelona, me voy a morir”.
Y finalmente, la aceptación, “tengo cáncer, pero voy a luchar”.
Ahí es donde la red de apoyo hace la diferencia.
Cuando una mujer cansada escucha a otra decir “échale ganas, vas a salir”, el alma se levanta.
Cuando comparten los efectos secundarios, los antojos, el miedo a no ser comprendidas, y se dan la mano, algo poderoso ocurre, dejan de sentirse enfermas y se convierten en sobrevivientes.
El amor también sana
Decir tengo cáncer a la familia es, quizá, el momento más difícil. Griselda recuerda el rostro de su esposo cuando se lo dijo, "Se puso amarillo, se le secó la boca. Fue un silencio largo. Y en ese silencio entendí que también ellos sufren”.
Las mujeres que enfrentan el cáncer temen ser una carga, temen que su pareja se aleje. Pero las que lo han vivido aseguran que el amor sincero se queda, que el dolor compartido se aligera y que el apoyo psicológico es una herramienta esencial para seguir de pie.
Florecer en medio de la adversidad
El cáncer de mama no distingue edades, creencias ni estilos de vida. Es una batalla que muchas enfrentan con el cuerpo, pero también con el alma.
Las historias de Elvia, Nayeli y Griselda son testimonio de que la vida puede reconstruirse, reinventarse y renacer.
Cada cicatriz es un pétalo nuevo en el jardín de la esperanza.
Y mientras haya mujeres que se acompañen, que se miren con empatía y se digan “no estás sola”, el cáncer perderá parte de su fuerza.
Octubre es rosa, sí. Pero en realidad, cada día debería serlo,
un recordatorio de que la detección temprana salva vidas,
de que la solidaridad cura,
y de que las rosas verdaderas nunca se marchitan,
porque florecen desde el corazón.