Vértice
Estimadas amigas y amigos de Plano Informativo, el fin de semana pasado, la Huasteca potosina nos recordó, de la manera más dura, la fuerza implacable de la naturaleza. Las lluvias intensas provocaron inundaciones, casas prácticamente destruidas, y familias desplazadas, dándonos una dosis dolorosa de realidad, y mostrarnos que seguimos siendo vulnerables ante el poder de la tierra y el agua.
Es en estos momentos cuando el ritmo frenético de nuestras vidas se detiene en seco, y comprendemos que no podemos mirar hacia otro lado, porque la tragedia no ocurre allá, la desgracia sucede aquí, justamente aquí en nuestra tierra, le ocurre a hermanos potosinos que necesitan nuestra mirada, nuestra mano y nuestro corazón.
Entre el agua que cubría calles y patios, se escuchaban historias de resiliencia, vecinos ayudando a vecinos, abuelos cargando a sus nietos para ponerlos a salvo, jóvenes improvisando lanchas con lo que encontraban a su paso. Cada gesto era un recordatorio de que, incluso en medio del desastre, la solidaridad emerge como fuerza transformadora.
Cada calle inundada, cada hogar afectado, cada vida impactada, cada historia nos muestran la urgencia de tender la mano. No se trata solo de enviar recursos materiales, sino de acompañar, escuchar y abrazar. Que quienes sufren sepan que no están solos, que su comunidad, su estado y su país se detienen para estar con ellos. La verdadera riqueza se mide en el corazón que se entrega, no en el dinero que se posee.
La Huasteca nos enseña que la naturaleza puede derribar muros, caminos y de modificar vidas, pero también nos da la oportunidad de construir puentes. Puentes de ayuda, de esperanza y de fraternidad. Que la adversidad nos haga detenernos, mirar alrededor y reconocer que la grandeza de un pueblo no está solo en sus paisajes ni en su riqueza cultural, sino en su capacidad de unirse cuando más se necesita.
Y si algo quedó claro este fin de semana, es que la fuerza de la comunidad no tiene límites. Vecinos compartiendo alimentos, agua potable y medicinas; familias organizando refugios improvisados; voluntarios llegando con bolsas de ropa y cobijas.
Cada acto, por pequeño que parezca, tiene el poder de salvar una historia, de devolver la calma y de sembrar esperanza, de ayudar a cicatrizar el alma y ayudar a reconstruir una vida.
Hoy, más que nunca, necesitamos hacer un alto en la vida y recordar que el verdadero progreso no se mide únicamente en infraestructura o economía, sino en la fuerza de nuestra solidaridad, en la rapidez con la que nos levantamos juntos y en la ternura con la que abrazamos a quienes sufren.
Porque cuando la naturaleza nos golpea, también nos ofrece la oportunidad de recordar lo que realmente importa, la empatía, la generosidad y la capacidad de levantarnos juntos. Que la Huasteca, con toda su belleza y su poder, nos inspire a ser mejores, a extender la mano y a vivir la solidaridad como un acto cotidiano y constante.
Y aunque parezca un intento rapas de sacar raja política, les recuerdo que allá doce años atrás existía un FONDEN, que ayudaba a mitigar el daño, el desastre y en buena medida la sensación de soledad, pero de eso, hablaremos en otra ocasión, quien diría que estábamos mejor, cuando estábamos peor, en fin.
Que nadie se quede atrás. Que cada familia afectada sienta el abrazo de su hermano potosino. Y que, de este desastre, surja también una enseñanza duradera, cuando nos unimos, la tormenta se hace más ligera y la esperanza más fuerte.
De corazón, gracias por su lectura.
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