Contra paradigma
Comparto con mis queridos lectores que, en una relectura del libro del gran Ignacio Burgoa, ese insigne jurista mexicano, llegué a una reflexión que bien podría extenderse a nuestras personas legisladoras. El libro al que me refiero es El simulador del derecho, una crítica profunda de Burgoa hacia la llamada “profesionalización” de los abogados.
Más allá de ostentar un título de licenciado en derecho y adentrarse en las artes del litigio, un verdadero abogado debe poseer cualidades que no solo adornen sus servicios con esmero, sino que lo obliguen —ontológica y axiológicamente— a guardar fidelidad con la justicia mexicana, a respetar procesos y normas, y, sobre todo, a conducir su profesión con integridad.
Burgoa advierte contra el riesgo de caer en la simulación: leguleyos que, aprovechándose de la ignorancia de sus representados, estafan, retrasan juicios y entorpecen el aparato judicial con su ineptitud. Al contrario, pide forjar juristas, estudiosos serios del derecho, técnicos capaces de elevar la calidad del sistema.
De igual manera, si Burgoa hubiera dedicado unas palabras a nuestros legisladores, acaso habría escrito un texto titulado El simulador de la ley. Antes de entrar en materia, conviene hacer un breve diagnóstico del estado de nuestro Congreso y señalar las críticas que amerita.
Para empezar, enfrentamos un problema que entorpece la deliberación democrática. El Congreso local cuenta con 18 espacios de mayoría relativa, todos pertenecientes al mismo partido, el PAN. Ello asegura que las iniciativas que de ahí emanan se voten con obediencia ciega: no se ha registrado una sola disidencia. En contraste, las 9 curules plurinominales se reparten de la siguiente manera: 7 para Morena, 1 para el PVEM y 1 para Movimiento Ciudadano. Aunque en ocasiones han mostrado diferencias y votaciones críticas, no han logrado erigirse en contrapeso real frente al bloque mayoritario.
Lo preocupante, sin embargo, no es solo la aritmética de las votaciones, sino la calidad misma de las iniciativas. ¿Qué capacidad de negociación muestran nuestros legisladores? ¿Con qué sentido emiten su voto? ¿Hasta qué punto cumplen con el mandato que les confirió el pueblo?
Las notas recientes no auguran confianza. Ausencias injustificadas, opacidad en el uso del presupuesto para gestiones, contratación de asesores sin transparencia. A ello se suma una actividad legislativa que apenas roza la superficie de la ley: reformas menores al Código Penal para aumentar meses a las penas, correcciones gramaticales a normas administrativas, iniciativas de cajón que se limitan a cumplir con trámites institucionales.
Hasta la fecha, la legislatura actual no ha generado propuestas de fondo que mejoren nuestra democracia, amplíen libertades ciudadanas o enfrenten problemas estructurales como el urbanismo desordenado, el desarrollo inmobiliario depredador, la protección ecológica, la sustentabilidad o la tutela efectiva de los derechos humanos.
El cuestionamiento surge, pues, de una operación sencilla: 27 curules ocupadas, y ni una sola propuesta digna de representar la inteligencia colectiva de nuestra ciudad. ¿No deberíamos esperar que el Congreso fuera semillero de grandes pensadores, técnicos y expertos que armonicen nuestro marco legal? En cambio, vemos legisladores que producen iniciativas solo por cumplir cuotas de trabajo. Olvidan que podrían mejorar mucho sin necesidad de caer en controversias constitucionales.
Burgoa nos ofrece un ápice de lucidez al elaborar su decálogo del abogado, aquel que debe alejarse de la simulación del derecho. Inspirado en su ejemplo, propongo un pequeño catálogo para nuestros legisladores, con la esperanza de que encuentren en él un espejo:
1. Un legislador debe ser garante de la sociedad. No debe votar por disciplina partidaria, sino por el bien común.
2. Debe sostener sus convicciones con firmeza. Que no arrastre la moda del pensamiento en turno ni presiones sociales ilegítimas.
3. Debe ser paladín de la libertad. Su voz no puede callarse, mucho menos la de los ciudadanos a quienes representa.
4. Ha de conducirse con veracidad. Que la razón y la lógica guíen la creación de la ley, lejos de sesgos cognitivos que frenen el progreso.
5. Como advertía Burgoa: “Dejar su mediocre y nociva personalidad que concurre en vicios como el desconocimiento del derecho, la cobardía, la indignidad, la prepotencia y la proclividad adulatoria, que lo exhiben ante la opinión pública como un perverso personaje acuciado por la ambición económica y abrumado por el temor de perder el cargo que deshonra con su conducta antijurídica y antisocial.”
6. Debe asumir con seriedad su responsabilidad. Atender primero los asuntos de la población de su distrito, y después los de las instituciones.
7. No olvidar jamás a la Patria. Entre sus deberes más sagrados se halla el encargo noble que nuestra ciudad les ha confiado. Que honren su juramento.
Ojalá estas siete acciones, a la manera de Burgoa, sean asumidas por cada legislador y legisladora, no por imposición externa, sino por íntima convicción. Que su ejemplo deje una huella digna de ser superada por las generaciones venideras.
Al hacer política, se enseña política. Que la enseñanza sea noble. Que la ilustración sea sincera. Y que, en lugar de simuladores de la ley, tengamos auténticos constructores de la República.