El arraigo es una virtud cuando se vive como una honra y en el mejor de los casos, como una oda a la belleza y fuerza del lugar en el que nacimos. Es verdad que la obscuridad echa raíces y ensombrece de dolor físico y simbólico a las naciones, pero la esencia, el alma de un poblado y la cultura siempre prevalecen en la luz de nuestros corazones, porque la dualidad se teje en cada terruño, pero sin olvidar que el Amor que da vida, es siempre más fuerte que cualquier trauma provocado por la estructura perversa.
Es decir, sí, las memorias de dolor y el espiral de repeticiones causan sufrimiento en los grupos sociales, en las hermandades, en la existencia física del planeta, pero hay una fuerza, una muy muy grande, que es ese lugar que damos en nuestro corazón a nuestro origen. Sin darnos cuenta, el desierto, la jungla, el mar, el bosque o cualquier otro espacio natural, da vida a muchos significados, símbolos, arte, alimentos, deidades, creencias, magia, atmosferas y demás energías que son acuñadas por tribus.
Estamos todos conectados en nuestro inconsciente y la pertenencia es una fuerza instintiva y álmica que nos conforman como humanos. Porque nuestra especie goza del don de la significación y es que recordar la sonrisa de los abuelos, el patio de su casa, la música que nos da identidad, el aroma de la comida que nos hace sentir en casa, el color de la piel de nuestros amados, el de sus ojos, el color de sus voces y la tersura de sus palabras nos llevan a la gratitud de que la grande, la Tierra misma, nos otorgó un color, una energía, una vibración a cada uno de nosotros y que nos viene intrínseco por el lugar de nacimiento.
He visto en consulta a personas a quienes se les abre la ventana del alma cuando miran en su interior al pueblo del que sus ancestros se separaron por exilio, destierro, guerra o por buscar un mejor porvenir y que a través de generaciones permanece esa herida, esa falta, la melancolía y la añoranza. En esos casos se recomienda hacer una honra de aquel lugar, que oculto moraba en lo más profundo del corazón de esa persona, dándole un lugar a la bandera de ese país de origen o en un caso de aventura, acudir a aquel lugar a traer un puñado de tierra para tener simbólicamente a su patria a su espacio actual. Porque nuestros ancestros están aquí siempre.
Si miras hacia atrás te están mirando, te están sosteniendo, te están amando. Y aunque en algunos lugares es imposible estar porque el caos reina, la cultura, el amor, el hogar, la bondad y la esencia cristalina, verdadera y luminosa de esa área del planeta existió, existe y existirá. Es única. Y podemos viajar a nuestros orígenes con la música, el arte culinario, las bellas costumbres, el carácter, los aromas, las risas, el arte, la artesanía, la filosofía, ciencia, sabiduría, literatura, cine entre muchas otras formas.
Mi tierra es México. Es una tierra preciosa de un misticismo profundo, llena de colores, de humor, de delicias, de profundo dolor transmutado en fiesta. Es una tierra que a cada paso que da el tiempo, busca sanarse, porque los ecos de los ancestros nos empujan a la vida. Mi México, es una tierra preciosa que sopla verdades ocultas que nadie dice. Es una tierra llena de dulces, de cactus gigantes, de sonrisas y hermandad. Es una tierra habitada por tótems y espíritus. Es una tierra llena de magia, de esperanza, del dulce néctar del abrigo del sol y la tierra, el mar y el desierto, de la trompeta que limpia y purifica los espacios abandonados del alma, la guitara que sacude los corazones y el maíz que hace de esta tierra un hogar gigante. Mi México, es ingenio, es un jardín de un mestizaje que resulta en riqueza y misterio.
Mi México es arrullarse en la bendición del copal y curarse con la medicina de las plantas ancestrales y sabias. Es sentir al sol entrar como un consuelo del cielo, despacito entre los laberintos de la piel, hasta llegar a los huesos que desean siempre bailar y festejar y cuando llega la muerte, las flores y las veladoras seguirán guiñando centelleantes la promesa del reencuentro.
Mi tierra tiene alas, pero sabe de cuevas, acaricia con olas y te toca el pecho con el silencio del desierto. La humildad y la mirada de los sabios del campo, los personajes Rulfianos en quienes la mirada del Padre te abraza el corazón, para recordarte que la fortaleza construye y protege y la sonrisa de la madre te besa la frente y te alimenta la fe, al trabajar la masa del destino. Y las risas, esas que nos han costado la resiliencia, son las más sabrosas, valientes y sinceras.
Mi México, el amor a mi tierra con todo lo bueno y lo no tan bueno, siempre tiene un lugar especial y un brillo inmenso en mi corazón. Mi tierra, que es tu tierra, porque las líneas que nos dividen son ilusorias. Y hoy aquí en este rincón tan lindo del planeta te propongo que honremos a todas las culturas en una, como habitantes, todos hermanos(as) de esta bellísima tierra santa. Toda completa, la tierra entera, la tierra santa, en Unidad y Amor.
¿Cómo crearás el día de hoy una oda a tu origen, a tus ancestros y a la tierra que te vio nacer, te alimentó y te convirtió en quien eres hoy? Bendita es tu tierra, mi tierra, nuestra tierra.
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta.
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.