'Bulevar de Ideas'
@jchessal
Hablamos de las ciudades como si fueran un organismo compacto, con un centro histórico que late, barrios que lo rodean y avenidas que lo conectan. Esa imagen romántica, sin embargo, hace mucho dejó de corresponder a la realidad. Hoy, las ciudades se han fragmentado, y buena parte de nuestra vida transcurre en lo que el estadounidense Edward Soja bautizó como exópolis: la ciudad exterior.
El término apareció en su libro Postmetropolis (2000). Soja observó que el modelo clásico de metrópoli, con un centro dominante del que irradiaban periferias subordinadas, había sido sustituido por otra lógica: la de espacios suburbanos que se volvían centrales en sí mismos. La exópolis, explicó, es la “ciudad fuera de la ciudad”, un entramado de polos periféricos que tienen vida propia, autonomía económica y cultural, y que en conjunto reconfiguran la experiencia de lo urbano.
A diferencia del suburbio tradicional, dependiente del centro, la exópolis crea nuevas centralidades: distritos financieros en la periferia, campus universitarios, parques tecnológicos, centros comerciales y fraccionamientos cerrados donde la seguridad sustituye a la vecindad.
La exópolis no es la mancha urbana que se expande sin control. Es más sofisticada. Es un territorio que combina fragmentación y autonomía. Santa Fe en Ciudad de México, Valle Oriente en Monterrey o Zapopan en Guadalajara son ejemplos claros de este fenómeno en México. En san Luis Potosí, tenemos ya rasgos perceptibles.
Lo que distingue a la exópolis es su independencia del centro histórico. Muchos habitantes apenas pisan el casco viejo de la ciudad, porque tienen todo a la mano en su enclave suburbano. Trabajo, vivienda, consumo y entretenimiento ocurren a kilómetros de distancia del corazón original, unidos por calles interminables y estacionamientos desbordados.
Este cambio trae desafíos profundos. La movilidad es uno de los principales. La exópolis depende del automóvil, lo que genera contaminación, pérdida de tiempo y desigualdad para quienes no pueden costear un vehículo privado. El transporte público rara vez resulta eficiente.
La exópolis multiplica la distancia entre quienes habitan fraccionamientos exclusivos con servicios de primer nivel y aquellos asentamientos periféricos que crecen sin agua ni transporte. La ciudad se vuelve un archipiélago de islas incomunicadas: unas brillantes, otras abandonadas. Una especie de aldeas fragmentadas.
También la gobernanza. Losayuntamiento suelen carecer de coordinación para gestionar estas periferias complejas. ¿Quién regula los desarrollos inmobiliarios? ¿Quién garantiza servicios en territorios donde convergen distintos municipios, empresas y actores privados?
La ciudad contemporánea no está muriendo; está mutando. Y la exópolis es la prueba de que el futuro urbano no será un regreso al pasado de calles empedradas y plazas coloniales, sino un territorio fragmentado que exige nuevas formas de pensar el urbanismo, la movilidad y la ciudadanía.