Era un muchacho alegre, sonriente y con mucha luz. Lo veía realizando diligencias, siempre con un amable saludo para mí y un respeto constante en su caminar y su faz. Se veía que cuidaba mucho a su hermanita y a sus perritos. El chico era de esas personas que llenan un ambiente amplio de una energía que te hacen sentir que estás en un lugar seguro y alegre. Jamás crucé más palabras con Él que los buenos días, tardes o noches, pero alguien que te saca sonrisas o con su energía te hace sentir paz, es una persona que no se olvida jamás. Me enteré que ya no está más con nosotros acá en la tierra. Me impresionó mucho, porque por lógica cronológica pensamos que todos posiblemente, podemos llegar a la tercera edad y despedirnos del mundo ya cuando estemos en el final biológico natural en los humanos. Pero no es así. No es así. Muchas veces nuestro ciclo vital dura muy poquitos años, a veces meses. Simplemente, mucha gente no supo jamás lo que era tener canas o arruguitas en la piel. Y es que lo efímero de nuestra existencia, en ocasiones, nos hace volver a la conciencia del presente y de la finitud de lo tangible. Es verdad que somos infinitos y podemos en un instante, vivir la inefable potencia Divina de la unidad y la expansión, cuando estamos conectados y somos felices o vivir en la amargura, la queja y la desconexión, pero generalmente cuando sucede un deceso así, repentino, como el de esta persona tan bella, se nos obliga a mirar por un momento hacia adentro y parar, dejar de correr, desconectarnos de la programación robótica del deber conseguir y buscar hacia afuera. Porque la muerte de los otros, de los que vuelan antes hacia otro Universo, nos recuerda como una campanita sutil, que los segundos están contados y que no sabemos cuántos nos restan. Y entonces la dubitación, la reflexión, la conexión y el propósito de vivir intensamente, de disfrutar, de no dejarlo para mañana, de ir hacia la acción, de vivir cada instante como si fuera el último, nos habita por completo, a veces por segundos, en ocasiones afortunadas, para toda la vida. Una prima de quien albergo siempre un amor profundo en mi corazón, sabía que le quedaba poco tiempo de vida terrenal y me hizo el honor de compartir conmigo su preciada presencia un tiempo antes de su partida. Recuerdo que a todo lo que le proponía decía si, un rotundo sí, con una gran sonrisa. Asentía a la vida, disfrutaba al cien y mil por ciento cada experiencia. Un día estamos aquí, al otro no queda más que el recuerdo de la persona que fuimos y lo que brindamos, sea negativo o positivo. Carpe Diem. A veces nos podemos imaginar que vivir la existencia terrenal intensamente es hacer deporte extremo, viajar por el mundo entero, tener aventuras exóticas o tener logros que hagan historia. Y sí, eso claro que puede ser, pero también besar a nuestros hijos, abrazar a nuestros padres, disfrutar a nuestra familia no humana, jugar con nuestro gato, disfrutar un paisaje, disfrutar a los amigos o la pareja, tomar una siesta, comer delicioso, preparar un platillo, pintar, danzar, contemplar un paisaje, dibujar, estar, simplemente estar, respirar, moverse, tener un gesto amable con alguien y recibir el cariño de los otros, eso también es vivir intensamente. Agradecer la luz del sol, el agua, el aire, la presencia, la conexión y la existencia, en este o cualquier plano, eso también es Carpe Diem. Estar conscientes de lo que hacemos, en el momento presente, sin distraernos en la mente, habitar el cuerpo, sentir, degustar, incluso atravesar el dolor de una pérdida o cualquier otra emoción, aceptando lo que es, eso también es vivir intensamente. Estar conscientes, en presencia plena sin dar por hecho un mañana, un futuro en el que, por supuesto, influimos con nuestra mente, corazón y energía, pero en el que se nos escapan muchas posibilidades que están fuera de nuestro control, como por ejemplo la partida de nuestras Almas amadas o incluso la nuestra. Vivir con conciencia, no es estar en un éxtasis constante, ni en una alegría fingida, sino que dar un valor muy profundo a cada momento, pues nos estamos gastando un tiempo limitado, al cual podemos distender, alargar, llenar, expandir, si claro, pero es limitado en esta experiencia. Así que por eso dicen por allí que la muerte está a nuestro lado, susurrándonos al oído ¡Vive! Y ya lo dijo Chaplin: “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora intensamente cada momento de tu vida. Antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos.” Carpe Diem querido(a) y muchos aplausos por cada segundo que compartimos en esta existencia. Muchos, muchos aplausos.
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.