La felicidad, no es un regalo que se obtenga sin esfuerzo. Si queremos ser dichosos, tendremos que esforzarnos. Solo así, se podrá alcanzar la gloria.
En esta vida, sujeta al tiempo, hay que estar en combate. Y luchar, por acabar con aquello que nos está dañando.
La lucha es necesaria para defenderse del enemigo, que roba la paz y se lleva la alegría.
Cuando le preguntaron a Jesús, si eran muchos los que se salvan, su respuesta fue una invitación al esfuerzo.
Dice el Evangelio: “ Alguien le preguntó: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? Jesús le respondió: Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán”. (Lc.13).
Pero, ¿De qué, o de quién tenemos que salvarnos? Hay que salvarnos del mal; de aquello que roba la alegría, y perturba la paz.
Ya que, el mal es confuso y engañador, y con su habilidad, nos desvía del camino que conduce a la paz.
Pero, necesitamos de alguien que nos ame, y nos corrija; y nos ayude a recuperar el camino, que hemos perdido.
Dice la Escritura: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama…¿Y qué padre hay que no corrija a sus hijos?”. (Heb.12).
La corrección, puede causar desánimo; tal vez, porque nos obliga a reconocer que nos hemos equivocado; pensando que íbamos bien, aunque por otro camino.
La corrección, solo es un paso en el andar de la existencia; pero, una vez corregido el error, es posible seguir avanzando.
No hay que tener miedo a la corrección, ni al esfuerzo por ser dichosos.
Porque, en esta vida, no se puede ser feliz, cuando no estamos dispuestos al combate.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según San Lucas 13, 22-30
En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».