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Discípulos del poder (UAA)

Periplo canicular.

Esta tarde, escribo desde una oficina con vista directa a la que es mi alma máter y la llamada, "Máxima Casa de Estudios de Aguascalientes"; la UAA, vaya.
 
Por un lado, pensar en ella no solo lleva a mi mente a remembrar un mítico torneo de fútbol universitario y amigos con los que incluso llegué a compartir techo, sino también a recordar ideas y figuras que representan las causas propias de la próxima generación en cualquier parte del mundo, las que rompen el status quo. Por ello, me es doloroso que, conforme pasan los años, podemos ver un cinismo más afianzado por convertir la representación estudiantil -a la que nunca fui adepto- en lo que parece una forma de trampolín político a la palestra hidrocálida. Y no hablo solamente del rumoreo de control y favores político-universitarios, sino de, curiosamente, la errónea formación de próximos políticos que se dedicarán a tachar cualquier paro, denuncia o declaración como parte de un supuesto golpeteo político, no solamente por los cargos en rectoría; incluso en la Federación de Estudiantes (FEUAA), que, contrario a lo demostrado por personajes que nos han “representado”, parece que puede traer más beneficios que responsabilidades.
 
Es irrisorio contemplar cómo, periodo tras periodo, surgen nuevos escándalos que se guardarán hasta los próximos comicios para poder, con toda la desfachatez pertinente, achacarlos a que quieren el puesto al que uno aspira. Qué mal y qué bien se está aprendiendo.
 
Más irrisorio es que los representantes de quienes tendrían que ser contestatarios, revolucionarios por naturaleza -los estudiantes, los universitarios- sean los más alineados a lo que busca, representa e impone el impermutable poder. Basta recordar que hace apenas medio siglo, en México, hubo jóvenes que se atrevieron a cuestionar y confrontar a un régimen de hierro, el de Díaz Ordaz. No lo hicieron desde la comodidad de un cargo estudiantil ni con la intención de acomodarse en la política local, sino desde las aulas y las calles, con la convicción de que la universidad debía ser una trinchera crítica y no un ornamento institucional. Esa valentía, sin embargo, tuvo un precio terrible. Persecución, cárcel, exilio, la vida misma, como quedó marcado en la memoria de 1968. No se trata de romantizar la tragedia ni de invitar a repetir sacrificios semejantes, sino de reconocer que hubo estudiantes que entendieron algo que hoy parece olvidarse. La neutralidad ante la injusticia es complicidad. La rebeldía universitaria no puede reducirse a una escalera para trepar en el poder.
 
Hoy, la pregunta que merodea a la universidad más reconocida en nuestra pequeña metrópoli es incómoda ¿En qué momento los representantes de la rebeldía terminaron abrazando con tanta docilidad el guion del poder? Quizá habría que volver a aquella advertencia de los más letrados, pues la educación auténtica no domestica, libera.
 
Y si la universidad, y con ella sus estudiantes, olvidan que su deber es incomodar, entonces no solo estaremos perdiendo a la UAA, sino a la esencia misma de lo que significa ser joven en un país como México.
 
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