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Ciudad en vitrina: gentrificación, turistificación y el efecto Airbnb

'Bulevar de Ideas'

VARIAS VECES ME HE PUESTO A pensar si las ciudades son como esos viejos álbumes familiares: siempre hay una foto bonita que mostrar, pero detrás hay historias que no siempre salen en la imagen.
 
EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, MUCHAS de nuestras calles han pasado de ser espacios cotidianos, donde se vive, trabaja, discute con el vecino o saluda al de la tienda, a convertirse en escenarios listos para Instagram y demás redes sociales.
 
RECIENTEMENTE HAY TRES expresiones cada vez más comunes en las conversaciones sobre desarrollo urbano: gentrificación, turistificación y “efecto Airbnb”.
 
NO SON LO MISMO, PERO SE entrelazan como las raíces de un árbol urbano que, si no se cuida, acaba levantando las banquetas.
 
LA GENTRIFICACIÓN ES, EN esencia, un cambio de piel: barrios enteros se revalorizan, los alquileres suben, llegan nuevos negocios y, poco a poco, quienes llevaban años viviendo ahí tienen que irse porque ya no les alcanza a sostener el paso. Lo que era una comunidad viva y palpitante se convierte en una postal bonita, sí, pero más uniforme y cara.
 
LA TURISTIFICACIÓN, PRIMA hermana de la anterior pone al visitante en el centro de la vida urbana. Las viviendas se vuelven alojamientos temporales; las tiendas de abarrotes desaparecen para dar paso a bares con nombres en inglés o cafeterías donde el café se describe con tres o más adjetivos.
 
EL BARRIO DEJA DE FUNCIONAR para quien ahí vive y empieza a girar en torno a quien llega con maleta de rueditas o mochilas.
 
ENTRA ENTONCES EL “EFECTO Airbnb”: una tentación para muchos dueños de fincas, pues alquilar por noches o semanas puede dejar más dinero que rentar por meses. Cuando demasiadas viviendas siguen ese camino, la oferta para residentes se reduce y los precios se disparan.
 
LO QUE EMPIEZA EN UN PAR DE calles “de moda” termina afectando toda la ciudad, pues habrá una micromigración intercitadina.
 
Y CLARO, AQUÍ LLEGAN LOS problemas de convivencia: rotación constante de inquilinos, fiestas improvisadas, ruido en horas insólitas, por citar algunas cuestiones que se presentan día a día.
 
SURGE ENTONCES LA PREGUNTA incómoda: ¿deben estas viviendas cumplir las mismas reglas que un hotel? ¿Pagar los mismos impuestos? ¿Respetar el uso de suelo?
 
ALGUNOS GOBIERNOS LOCALES HAN intentado poner freno: límites de licencias, impuestos al hospedaje, prohibiciones en ciertas zonas. Pero es difícil de controlar, la ganancia es grande y la tentación, también.
 
EL TURISMO BIEN GESTIONADO puede traer inversión, recuperar zonas olvidadas, generar empleo, pero, para que funcione, hay que poner en la balanza algo más que los beneficios inmediatos. Si no hay reglas claras, la ciudad corre el riesgo de convertirse en un escenario bonito… vacío de vida real.
 
UNA CIUDAD VIVA SE ABRE A LOS visitantes, claro, pero sin olvidar que su razón de ser es quienes la habitan todos los días, porque sin vecinos no hay barrio, y sin barrio no hay ciudad., solo una vitrina.
 
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