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Entre ladridos y silencios

Vértice

Estimadas amigas y amigos de plano informativo, el pasado 21 de julio se conmemoró el Día Mundial del Perro. Y aunque a veces estas fechas se quedan en una frase bonita o en una imagen con orejitas en redes sociales, hay algo que sí vale la pena detenerse a mirar: el vínculo profundo que muchos hemos construido con estos compañeros de vida.

Tener un perro cerca es una de esas experiencias que marcan. Porque no importa si ha sido uno, tres o quince: cada uno deja algo que no se va. Una forma particular de compañía, de lealtad, de amor silencioso. Esa alegría que se siente cuando te mueven la cola aunque hayas tenido un día terrible. Esa mirada que no juzga, pero entiende. Esos silencios que acompañan mejor que cualquier palabra.

Muchos crecimos con perros como parte del paisaje de la casa. Dormían cerca, nos seguían a donde íbamos, nos escuchaban hablar solos como si de verdad entendieran. Estuvieron ahí en los días tristes y también en los de fiesta. Algunos partieron sin aviso, otros siguen ocupando su lugar en alguna esquina del hogar. Lo que es seguro es que no se van del todo. Se quedan en la memoria, y también en el corazón.Por eso, este día puede celebrarse. Porque hay perros que han sido refugio emocional, compañía incondicional, parte de la familia. Porque hay historias de amistad tan auténticas que no caben en palabras.

Como la historia de Hachik?, el perro japonés que esperó durante años a su dueño afuera de una estación, incluso después de su muerte. Una imagen de lealtad que ha dado la vuelta al mundo, recordándonos lo que ni la lógica ni la filosofía pueden explicar del todo: la capacidad de amar sin condiciones.

Pero junto con esa ternura también hay otra realidad que no deberíamos ignorar. Y es que en México, más del 70?% de los perros vive en situación de calle. Algunos nacen ahí, otros fueron abandonados. Viven entre coches, buscan comida como pueden, aprenden a sobrevivir sin saber si mañana tendrán un rincón donde echarse. No es una cifra lejana, es algo que vemos todos los días y que, sin embargo, hemos aprendido a esquivar.

En cada ciudad, en cada barrio, hay perros que esperan a alguien. Que siguen a desconocidos con la esperanza de encontrar un gesto amable. Que cuidan casas vacías o duermen junto a tiendas cerradas. No tienen nombre, pero tienen historia. Y aunque no la conozcamos, se nota en su mirada, en su forma de acercarse, en la prudencia con la que caminan.

Mientras algunos perros viven cuidados, con cama, juguetes y cariño, otros hacen lo posible por encontrar un poco de sombra o algo de agua. No porque unos valgan más que otros, sino porque no todos tuvieron las mismas oportunidades. Y reconocer eso no significa sentir culpa, sino asumir que hay mucho por hacer para cambiarlo.

Nos duele ver casos de maltrato extremo (y claro que deben doler), pero también duele esa forma de abandono más silenciosa: la que ocurre cuando ignoramos, cuando dejamos de mirar, cuando normalizamos que haya perros sobreviviendo entre basura y calor, como si la calle fuera su lugar natural. Y no lo es.

Este día también es una oportunidad para hablar con responsabilidad. Adoptar en lugar de comprar. Esterilizar. Cuidar. Informar. Apoyar a quienes rescatan, a quienes educan, a quienes han hecho de esto una causa de vida.

No se trata de regaños ni de culpas. Se trata de sumar. De hacer algo, aunque sea pequeño. De entender que la forma en que tratamos a quienes dependen de nosotros dice mucho sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo.

Sí, celebremos a los perros que tenemos en casa. Abracémoslos más fuerte. Pero también pensemos en los que no tienen esa fortuna. Porque si en algo podemos parecernos a ellos, o aprender de ellos, es en su generosidad sin condiciones.Un plato de agua en la calle. Un gesto amable. Una adopción. Una decisión informada. Todo cuenta.

De corazón, gracias por su lectura. Y si por ahí cerca tienen a un lomito fiel, no olviden devolverle un poco de lo mucho que nos ha dado.Porque ellos no piden nada, pero dan todo.Siempre dan todo.

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