'Bulevar de Ideas'
ITALO CALVINO DECÍA QUE LAS ciudades invisibles están hechas no sólo de edificios y calles, sino también de deseos, memorias y señales secretas. Una de esas señales es, sin duda, el olor. El perfume urbano es una forma de verdad íntima: no se razona, se siente. ¿A quién no le arrasan los aromas de infancia, de algodón de azúcar en una plaza o de palomitas de maíz en una lejana sala de cine en una matiné de domingo?
LA CIUDAD QUE SE HUELE NOS dice más de sí misma que los discursos o folletos turísticos. Los olores urbanos no son neutrales. Nos afectan, nos emocionan, nos repelen o nos abrazan. Con frecuencia toman las riendas de nuestra voluntad y deciden por nosotros: nos invitan a entrar a un café o a evitar una banqueta; nos provocan nostalgia o rechazo.
EN EL FONDO, OLER LA CIUDAD ES una forma de habitarla con los sentidos despiertos, de entender sus ritmos y sus heridas, sus alegrías y sinsabores.
LO DECIMOS POCO, PERO LO percibimos todo el tiempo: las urbes tienen una identidad olfativa que se imprime en la memoria con la intensidad de una cicatriz. No es casual que muchas veces recordemos un lugar no por lo que vimos en él, sino por cómo olía. El olor es la huella invisible de la ciudad, su lenguaje más íntimo, su respiración más franca, su aliento más íntimo.
SAN LUIS POTOSÍ HUELE DISTINTO según la hora, la estación del año, el barrio, la historia. Es un ramillete de aromas que a ratos se superponen, se contradicen o se funden. Desde el aliento mineral del Altiplano que se adueña de los amaneceres hasta el perfume vegetal que todavía emana, tímido pero obstinado, de sus viejos huertos escondidos, de jardines, de parques y hasta de modestas pero orgullosas macetas que se enseñorean de balcones y terrazas; esta ciudad se comunica con quien se detiene a olerla.
EN EL CENTRO HISTÓRICO, A primera hora de la mañana flota ese olor añejo de cantera húmeda, de muros que han respirado siglos y que condensan el aire frío de la madrugada. Los mercados, Hidalgo, la Merced y tantos más invaden, el aire que se espesa con un carnaval de fragancias: chiles secos, frutas, cilantro mojado, queso añejo, ajo y guayabas, todo en un olor vivo, cálido, punzante, que parece sostener el ritmo del comercio y del habla. Un aroma de ciudad que no se avergüenza de sus entrañas.
LAS CALLES DE LA CIUDAD SE tornan más dulzonas por la tarde casi noche, más densas, como si respiraran a través del deseo del descanso próximo, listos para amanecer a un nuevo día.
OLER LA CIUDAD ES OTRA FORMA de conocerla; no sólo se le piensa con la cabeza ni se mira con los ojos. También se respira. Se habita por la nariz.
LA MEMORIA OLFATIVA ES LA primera en anclarse y la última en irse. Tal vez por eso oler la ciudad sea una forma de quererla y también de defenderla. Frente a un modelo de urbanismo que premia lo impersonal, lo uniforme, lo climatizado, resistir puede ser tan simple y radical como detenerse en una esquina y oler.
PORQUE EL DÍA QUE UNA CIUDAD ya no tenga aroma, tal vez tampoco tenga alma.
@jchessal