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HOMILÍA: El otro, puedes ser tú

Los hombres nos quejamos del trato que recibimos; pero nunca revisamos, el trato que estamos dando.
 
Sería bueno preguntar: cómo nos gustaría ser tratados. Para que así, como queremos  ser tratados, empecemos a tratar a los demás.
 
Hay que ser conscientes, y saber que si hoy, aquel es juzgado, mañana podría ser yo. 
 
Porque el otro es mi prójimo, es decir: el que se aproxima, o se asemeja a mi persona.
 
Por tanto, para acertar en el trato, es necesario  identificarse con el prójimo.
 
Ante los errores, y hasta los horrores del otro, que nos dejan sorprendidos, es fácil olvidar,  que esos pueden ser nuestros errores y horrores; pero,  la ceguera nos impide verlo.
 
Cuando me  identifique con el prójimo, sabré  como debo atenderlo. Porque lo voy a tratar,   como me gustaría ser tratado, estando en las mismas circunstancias.
 
Hoy dice el Evangelio: “Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?  El doctor de la ley le respondió: El que tuvo compasión de él”.(Lc.10)
 
Mi prójimo, es aquel con quién me identificó. Y esa identidad se va a dar, hasta que caiga en la  cuenta, que quien está sufriendo, bien podría ser yo. 
 
Aquel samaritano, se identificó con el hombre herido; y  descubrió en él, a un hombre tan expuesto como el mismo.
 
Por eso, no hay que olvidar: que, si hoy sufre aquel, mañana podré ser yo.
 
Hagamos algo bueno por el prójimo, para que mañana, alguien se encuentre haciendo lo mismo por nosotros.
 
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vázquez 
 
 
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
 
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
 
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
 
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
 
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
 
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
 
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
 
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
 
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
 
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».
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