Estimadas amigas y amigos de plano informativo, hay días en que la ciudad ya no se siente del todo propia. Uno camina por la misma calle de siempre, pero hay algo distinto. No es solo que cambiaron los negocios o que la casa del vecino ahora tiene un letrero de “se renta”. Es otra cosa: una sensación sutil de que la ciudad, poco a poco, se transforma en algo que cuesta más habitar… y también más reconocer.
San Luis Potosí cambia. Crece. Se moderniza. Las cifras lo confirman: en el último año, el costo de la vivienda aumentó más de un 9 %, por encima del promedio nacional. Al mismo tiempo, más del 40 % de los potosinos vive rentando. No porque no quieran una casa propia, sino porque comprarla se ha vuelto un lujo. Entre precios elevados, trámites lentos y requisitos cada vez más exigentes, ese sueño se va postergando. Y lo que antes era un plan de vida, hoy parece una meta inalcanzable.
Mientras tanto, la ciudad sigue su curso. Se abren nuevos negocios, llegan otros estilos de vida, cambian los ritmos. Y eso, aunque puede traer dinamismo, también modifica el tejido de los barrios. Algunos vecinos se van. Otros se quedan, pero ya no reconocen su entorno. Las tiendas de siempre desaparecen. Los espacios comunes se vuelven impersonales. Lo familiar se va diluyendo.
Desde algunos rincones, todo esto puede parecer avance. Pero también es cierto que no a todos nos toca el cambio del mismo modo. Algunos logran adaptarse. Otros, simplemente, ya no pueden quedarse. Porque no hace falta perder una casa para empezar a sentirse desplazado.
Tal vez por eso vale la pena hacer una pausa y mirar alrededor. Pensar en cómo estamos habitando la ciudad y a quién estamos dejando fuera, muchas veces sin querer. Preguntarnos si queremos una ciudad que crezca, sí, pero sin perder de vista a quienes la han hecho posible desde siempre.
Porque una ciudad no debería ser solo para quien puede pagarla, sino también para quien la camina, la trabaja, la vive. Para quien la habita con memoria, aunque no tenga escrituras a su nombre.
Quizá el reto no sea detener el cambio, sino hacerlo más justo. Que crecer no signifique excluir. Que modernizar no sea sinónimo de borrar. Que el desarrollo no nos haga perder el sentido de pertenencia.
De corazón, gracias por su lectura. Que no se nos vaya la ciudad sin darnos cuenta, ni sin preguntarnos a quién le sigue quedando.
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