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Servir a México desde fuera: el rostro humano de la política exterior

Opinión

Vivimos una coyuntura compleja en América del Norte. Discursos de exclusión, decisiones unilaterales y el resurgimiento de narrativas nacionalistas han puesto a prueba los principios de cooperación y entendimiento que deben guiar nuestra relación regional. A ello se suman tensiones económicas derivadas de la reconfiguración de las cadenas globales de valor, así como el reto de gestionar flujos migratorios sin precedentes. En este contexto, muchas de nuestras familias viven con preocupación e incertidumbre.

En medio de esta realidad, la función consular adquiere un valor estratégico y profundamente humano. Es la expresión más sensible de nuestra política exterior. Para millones de mexicanas y mexicanos, el consulado no es solo una representación oficial, es el único lazo tangible que conservan con el Estado. Allí buscan respuestas, protección, orientación jurídica, acompañamiento o simplemente un gesto de empatía. Por tal, nuestra responsabilidad como legisladores es vigilar que esa atención se brinde con respeto, sensibilidad y capacidad.

Hace unos días sostuve un encuentro con Roberto Velasco, jefe de la Unidad para América del Norte de la Cancillería, y con cónsules generales de México en Estados Unidos y Canadá. Fue una conversación franca y urgente, en la que reafirmamos la convicción de que los cónsules son la primera línea de defensa de nuestras comunidades en el exterior. Su misión exige cercanía, compromiso y eficacia. Con su tarea cotidiana deben tender puentes, aliviar conflictos, abrir puertas y representar con humanidad al Estado mexicano. No acuden a actos protocolarios; van a hacer servicio de campo. Deben ser los primeros en llegar, en escuchar y en actuar frente a cada necesidad. Esa es, sin duda, una de las formas más nobles y exigentes de servir a la nación.

Desde la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte que presido, propuse acompañar su trabajo convirtiéndola en una comisión itinerante, capaz de recorrer consulados, escuchar en territorio y traducir esas voces en acción legislativa. Porque facilitar su labor es, en el fondo, fortalecer la presencia de México más allá de sus fronteras.

La diplomacia consular no es un trámite; es protección concreta, respaldo legal y deber con quienes sostienen a México desde fuera. Una nación que cuida a su gente, sin importar dónde se encuentre, es una nación que honra su dignidad. Que esta reflexión nos convoque a todas y todos a seguir haciendo patria, incluso a miles de kilómetros de casa.

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