Ericka Segura | Plano Informativo | 24/06/2025 | 18:26
“Ser paramédico no es una elección fácil, es un llamado”, dice Ernesto mientras revisa el equipo de la ambulancia. El estetoscopio cuelga de su cuello, pero sus ojos denotan algo más profundo que una simple vocación profesional, -una pasión que desafía el cansancio, el miedo y la rutina.-
Ernesto tenía apenas 20 años cuando presenció un accidente vial en la carretera a Matehuala. El paramédico que llegó al lugar sostuvo con calma la mano de una mujer atrapada en el vehículo mientras le hablaba para que no perdiera la conciencia. “No sé cómo explicarlo, pero sentí que quería estar del otro lado, ayudando, haciendo algo más que mirar”, recuerda. Desde entonces, su vida cambió de rumbo, -dejó la ingeniería y se dedicó a salvar vidas.-
Ser paramédico en San Luis Potosí implica mucho más que dominar técnicas de primeros auxilios. “No todos los días son heroicos como en las películas. A veces llegamos tarde porque hay tráfico o falta una ambulancia. A veces perdemos a alguien y eso se queda contigo”, dice conmovido.
La jornada de Ernesto puede extenderse hasta 24 horas. Las festividades, los cumpleaños, incluso los momentos más íntimos con su familia, muchas veces se ven interrumpidos por una llamada de emergencia. “Mi hija ya sabe que si suena el radio, papá tiene que irse”, comenta con una mezcla de orgullo y tristeza.
Uno de los mayores riesgos, explica, no son solo los accidentes o los escenarios violentos —que en San Luis Potosí han ido en aumento— sino también el desgaste emocional. “Atender a un niño que no sobrevive te rompe. Te vas a casa con esa imagen en la cabeza y al día siguiente tienes que volver a salir con la misma entrega”.
Cuando le preguntamos cuál ha sido el caso que más lo ha marcado, no duda “Fue durante la pandemia. Atendí a una señora con COVID que no podía respirar. Su familia no quería que la llevara porque tenían miedo de no volver a verla. Ella me agarró la mano y me dijo ‘Confío en ti’. Logró salir del hospital. A los meses vino a darme las gracias. Fue la primera vez que lloré enfrente de un paciente”.
Esa conexión humana, ese impacto real, es lo que le da sentido a una labor que suele ser invisible.
San Luis Potosí enfrenta hoy un déficit preocupante de paramédicos. La falta de personal, recursos y ambulancias limita la cobertura de emergencias, especialmente en zonas rurales o marginadas. “A veces somos tres para cubrir toda la ciudad durante un turno. Si hay dos accidentes al mismo tiempo, alguien va a tener que esperar y esa puede ser la diferencia entre la vida y la muerte”, afirma Ernesto.
Aunque su trabajo carece del reconocimiento que reciben otras profesiones, para Ernesto y sus compañeros no hay mejor recompensa que una mirada agradecida o un simple “gracias” al final de una intervención.
“Así es esto. Nunca sabes si vas a regresar a casa pero sabes que hiciste lo mejor que pudiste”.
Y así, entre el sonido de sirenas, la velocidad de la ambulancia y el pulso incesante de la ciudad, los paramédicos de San Luis Potosí siguen escribiendo su historia, una vida a la vez.