Aprender a habitar nuestro cuerpo no es una tarea fácil. Y un poco más difícil aún, usar nuestra corporeidad en un universo completamente desconocido. Cuando llegamos al mundo, todo es nuevo, las dimensiones, formas, usos y demás implicaciones terrenales y físicas, son retos gigantescos para personas tan pequeñitas.
Le aunamos que aparte hay que acostumbrarse a la emocionalidad, con todas sus texturas, dimensiones y dolor. Si nos detenemos a reflexionar sobre esto, tal vez llegaremos a la conclusión de que acompañar un nacimiento y crecimiento es un acto de suma importancia, que con amor, comprensión, compasión y empatía resultaría complejo, pero saldría adelante el proyecto de tomar de la manita a ese inocente Ser humano y asistirlo(a) a acostumbrarse a su nueva realidad.
Con Padres o cuidadores adultos y amorosos es una travesía compleja, ahora imaginemos a bebés de padres negligentes, imprudentes al hablar, iracundos, ausentes, adictos, inmaduros y un largo etcétera. “¡Qué sucio(a) eres! ¡Derramaste el alimento! ¿Qué acaso no puedes hacer ni eso?” O bien, no tan directo, hablar del infante ridiculizándole con otros adultos, estando Él o Ella presentes. Las sibilinas comparaciones, los comentarios burlones acera de sus cuerpecitos, de su forma de ser, de su espontaneidad. “¿Qué van a decir de ti? No hagas esos comentarios, de eso no se habla, esas no son preguntas de un(a) niño(a).” Cada una de estas escenas, pueden ser las dagas con las que se abrió la herida de humillación.
“No te toques, esa parte de tu cuerpo es sucia, es mala. ¡Me avergüenzas!” Y entonces esa persona se pregunta ¿Qué es lo que tiene que hacer para no sentir tanta vergüenza toxica y qué es lo que estará tan mal en Él o Ella? Y entonces la herida que se expresa con masoquismo, se sigue abriendo cada vez más, se infecta, y pudre los momentos verdaderamente felices y de placer genuino en la vida de quien la padece. Porque entonces se prefiere flagelar, ridiculizar, humillar y avergonzarse de sí mismo(a) antes de que lo hagan los demás.
Y se vuelve complaciente y deja de existir en el mapa. Es muy posible que su cuerpo se llene de capas de grasa, de más y más peso para desaparecer dentro de su cuerpo y seguir sintiéndose humillado(a) en cada segundo. Es una dolorosa protección delatora. ¿Te has sentido ridiculizado(a)? ¿Has vivido en un contexto rígido, crítico, egocentrista y despreciativo en dónde no podías expresarte sin ser mirado(a) de más y por ende llevarte críticas y comentarios gélidos? El control excesivo, la falta de respeto a la intimidad y la transgresión de los límites personales, también es humillante. Es una despersonalización, se le cosifica al individuo y se le aleja de su ser subjetivo.
Por ende, cualquier grupo que separe a la persona de su libertad mental, emocional, expresiva o autenticidad, sin duda, humilla. Entonces, la crianza autoritaria, la proyección de lo no resuelto y de ideales parentales en los hijos, los gritos, criticas constantes, desaprobación, exigencia desmedida y falta de intimidad y apoyo en sus emociones, abren la herida. Pero también lo hace y con creces, que sean los mismos Padres o cuidadores, quienes se flagelen con auto-critica, negatividad, auto-desaprobación y auto-desprecio. ¿Cómo voy a amarme a mí mismo(a), Mamá, Papá, si veo que tú te condenas frente al espejo? ¿Cómo voy a respetarme, si veo que tú expresas vituperios hacia tu persona cada vez? La herida de humillación, vuelve al ser humano que la sufre muy auto-destructivo(a).
Porque lo que me hacen, me lo hago y lo repito hacia otros, hacia los más pequeños. Y es entonces como se siguen sufriendo los mismos patrones negativos generación, tras generación. ¿Has estado sentado(a) a la mesa en donde se normalizan las burlas, críticas y humillaciones a los ausentes y presentes? El juicio que se ejerce sobre personas que no entran en el canon o status quo de la tribu o grupo, queda enraizado en las psiquis a temprana edad y por supuesto que también en los adultos. No quiero que se burlen de mí, entonces, mejor no expreso mi verdadero sentir y pensar. Temo ser humillado(a), temo ser avergonzado(a).
¿A caso es saludable vivir así? La vergüenza es una de las frecuencias más bajas en la escala. Porque si nos reconocemos como hijos(as) Divinos, ¿Cómo podría ser posible sentir tal tortura? Sin embargo, está. Entonces, el sufrimiento y auto-sacrificio pueden cesar, si decidimos poner límites adecuados, centrar la atención y cuidado en uno mismo(a), permitirnos experimentar placer y gozo en plenitud. Y por supuesto encontrar el origen de dicha herida, para que termine el ciclo de humillar y ser humillado.
Esta noche ¿Te gustaría, antes de dormir, rescatar a ese pequeño(a) que fuiste, liberarle de palabras punzantes, críticas y desaprobación ajenas, para cantarle al oído dulces palabras de aprobación, amor, gratitud y reconocimiento? Eres valioso(a), eres digno(a), eres perfecto(a) tal y como eres y tu creatividad y expresión son una melodía única y preciosa del Universo.
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta