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columnas

Vals para piano

Rodolfo Ornelas | 13/06/2025 | 07:58

En tiempos de ansiosa experimentación, decidí inscribirme en una pequeñita escuela llamada Fred Astaire. Como ya lo ha de estar deduciendo usted de manera acertada gracias al nombre, dicho estudio estaba dedicado al baile. Ahí visitaría, bajo la guía de una maestra proveniente de Ucrania, estilos como el foxtrot, el tango, la rumba y la salsa. Me gustaba sentirme en aquel momento como una versión mexicana, y décadas más joven, de Richard Gere en la película "Shall We Dance?", encontrando en la danza un propósito que me faltaba. Hágamela usted buena, querido lector, de parecerme a Richard Gere.

No hablaré en mi columna sobre si tuve un buen o mal desempeño en mis clases (para eso luego publicaré, de manera anónima, las retroalimentaciones de mi profesora), sino de uno de los géneros que en aquellas sesiones me habló con cercanía particular: el vals. Me dijo la instructora en la primera clase: El vals es agua. Fluye como agua. Se siente como agua.

Y mire que ese río llamado vals es caudaloso por lo que ha venido coleccionando a lo largo de los siglos. Dicen las lenguas que hoy parecen confiables que esta danza vio la luz oficialmente por allá en Viena en la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, para entonces este estilo sería ya el conjunto y mezcla de muchos otros bailes populares que se fueron formando, y transformando, desde siglos atrás por campesinos, bohemios y sirvientes. Pero no se confunda: le apuesto a que en su mente tiene la idea romántica, emotiva y atractiva del vals. Aquí advierto que en aquel momento las voces sonaban más bien como: ¡Qué vergüenza esto del vals! ¡Qué maleducaditos! Diría mi querido mentor: Ahí a más de una conservadora... se le cayeron las ligas.

Así, significaba una incitación verrionda (por respeto a su lectura no utilizo otro término), era controversial (¿y a quién no le atrae lo escandaloso y prohibido?) y se volvió contenedor de deseos eróticamente secretos (o de secretos que deseaban ser erotizados). Es que imagínese: aquellos eran cuerpos bailando estrechaditos... en demasía. Fue calificado entonces nuestro ahora elegante vals de indecente e inmoral.

Pero floreció otra característica que lo volvió fascinante: la democracia. El vals era bastante democrático. Ahí, en la bailada, nadie sabía quién era de la baja y quién de la alta. Encantador para clases diversas, fue en Francia donde se le dio abierta bienvenida a lo censurado. Después se convertiría en signo fuerte de gracia, buen gusto y distinción.

El vals es baile, pero también género musical. El Elvis de dicho estilo fue un tal Johann Strauss II (no es exageración, es conocido como "El rey del vals"). De apantallante bigote, es el rockstar fundador. Para dimensionarlo nomás escuche su hitazo "El danubio azul", que en su estreno no figuró para nada e incluso el mismo Strauss le deseó a este tipo de música poco menos que la extinción. Haga de cuenta que "El danubio azul" no entró a la lista de las más reproducidas de Spotify, y en YouTube el videoclip cuenta con dos vistas: la de Strauss y la de su mamá. Pasó desapercibido y no se le veía prosperidad. Tiempo después, la misma pieza alcanzaría un sonado éxito tras ser dirigida por su autor, incitando a que un tal Schubert se sumara a la composición dentro del género. A ese Schubert le veo futuro.

El vals es el esfuerzo sin esfuerzo; eso le hermana con muchísimos otros bailes. Con estructura clásica definida por compases de 3/4, fue cambiando su tempo y estilo de acuerdo a la época y a la geografía: vals vienés, vals francés y, con presencia en la alcurnia de nuestro país en las primeras décadas de los 1800, el vals mexicano. Por estos lares hemos tenido imponentes representantes en dicho género: Juventino Rosas, Macedonio Alcalá y, más pa'cá, Agustín Lara. Pero tres nombres nomás son el inicio de la entrañable lista.

El corazón latía a todo cuando se bailaba. La calidad deslizada, centrífuga y giratoria como de, en palabras de Goethe, esferas en movimiento, está presente en una experiencia que hoy sólo se ve en las competencias profesionales, en alguna película u obra de teatro de época, y en las bodas, en las que de vals nomás el nombre tiene.

La próxima vez que se encuentre usted en una de estas celebraciones nupciales y se anuncie el "vals de los novios", acuérdese de los deseos impuros que reinaban clandestinamente cuando dicho estilo se originó y que acechan a través de los dos cuerpos que danzan.  Esos anhelos excitantes andan ahí, como dice cualquier letrero de restaurante viejo, desde 1780. Dijo mi maestra de baile que el vals es sinónimo de agua... yo diría que de agua bien fogosa.

Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: la pieza "Cuando escuches este vals", composición del veracruzano Ángel J. Garrido, en voz de Javier Solís.