Twitter: @Mik3_Sosa
¿Qué pasaría si el agotamiento que muchos padecen no fuera solo estrés, sino el resultado de un entorno que nunca fue diseñado para todos? En México y en el mundo, el burnout laboral ha dejado de ser un problema exclusivo de los altos ejecutivos para convertirse en un fenómeno transversal que afecta desde trabajadores de plataformas digitales hasta profesionistas de oficina. Pero cuando se trata de personas neurodivergentes—autistas, con TDAH, dislexia u otras diferencias cognitivas—la ecuación se vuelve más compleja. No hablamos solo de cansancio, sino de una desconexión profunda entre las estructuras laborales tradicionales y las verdaderas necesidades humanas.
La Organización Mundial de la Salud reconoció en 2019 al burnout como un fenómeno relacionado con el trabajo, caracterizado por agotamiento extremo, cinismo y baja productividad. Sin embargo, para las personas neurodivergentes, este síndrome muchas veces se manifiesta de formas distintas y se agrava más rápido. ¿Por qué? Porque el entorno laboral suele exigir una constante adaptación a normas sociales implícitas, luces brillantes, ruido ambiental, horarios rígidos y formas de comunicación que no siempre consideran otras formas de percibir y procesar el mundo.
A diferencia de otros grupos, las personas neurodivergentes no solo enfrentan la presión de cumplir con sus labores, sino también la de traducirse constantemente a un idioma que no es el suyo. De ahí nace el burnout autista, una forma de colapso físico, emocional y sensorial que no siempre se entiende desde los marcos tradicionales. Este agotamiento no se alivia con vacaciones ni con ejercicios de respiración; exige entornos más amables, comunicación clara, tiempos flexibles y, sobre todo, legitimidad para trabajar desde su propio ritmo. Como señala Devon Price, psicólogue autista y autore del libro La pereza no existe, “muchas personas no están quemadas por trabajar, sino por enmascarar todo el tiempo quiénes son”.
¿Y si el verdadero problema no está en la productividad, sino en la rigidez de lo que entendemos por trabajo “bien hecho”? En países como Canadá, Australia o Finlandia, algunas empresas han comenzado a implementar ajustes razonables para colaboradores neurodivergentes: silencios protegidos, posibilidad de usar audífonos, espacios sin estímulos sensoriales o la opción de comunicarse por escrito. Lejos de provocar caos o reducir resultados, estos cambios han incrementado la retención de talento, la creatividad y la lealtad al equipo.
En México, estamos apenas abriendo esta conversación. Pero el momento de hablar es ahora. Necesitamos replantear el sistema laboral con perspectiva neuroinclusiva. No se trata de privilegios, sino de justicia. Como diría la activista y especialista Judy Singer, quien acuñó el término neurodiversidad, “la sociedad necesita todas las formas de pensamiento, no solo las que encajan en una caja”. Ignorar esto es perpetuar una estructura que produce agotamiento crónico, exclusión y desperdicio de talento humano.
Abrir este espacio de reflexión no solo favorece a las personas neurodivergentes. Nos interpela a todos.¿Cuántas veces hemos sentido que el trabajo nos exige desconectarnos de nosotros mismos? ¿Cuántas veces hemos callado nuestras necesidades por miedo a parecer poco profesionales? El burnout laboral es el síntoma, pero el origen es más profundo: estructuras que valoran la uniformidad por encima de la autenticidad.
Esta propuesta es solo el inicio. Como sociedad, necesitamos hablar más de esto en medios, universidades, sindicatos y empresas. Reconocer los matices del burnout en contextos de neurodivergencia no es una moda, es un acto de responsabilidad colectiva. Tal vez, al cambiar la forma en que concebimos el trabajo, podamos acercarnos no solo a una mayor salud mental, sino a un futuro más humano, más justo y verdaderamente diverso.