¿Qué impulsa a una persona a levantarse cada mañana y enfrentar el mundo, incluso cuando todo parece estar en su contra? La motivación, ese motor invisible de nuestras decisiones y actos, ha sido explorada desde múltiples disciplinas, pero hoy la neurociencia nos ofrece una mirada transformadora: la motivación no es un lujo de unos cuantos, ni una característica de personalidad, es una función cerebral que se activa —o se bloquea— según múltiples factores. Y eso lo cambia todo, sobre todo cuando hablamos de neurodivergencias.
Desde una perspectiva neurológica, la motivación se vincula al sistema de recompensa del cerebro, donde la dopamina juega un papel central. No se trata solo de querer hacer algo, sino de que nuestro cerebro perciba que hacerlo tiene sentido, propósito o placer posible. ¿Y si no fuera desinterés, sino una dificultad para anticipar gratificación lo que viven muchas personas autistas, con TDAH, depresión o ansiedad? Según la neurocientífica Tali Sharot, “la expectativa de un resultado positivo es más poderosa que el resultado en sí”. ¿Cómo esperar entonces motivación cuando esa expectativa simplemente no llega?
La historia ha sido dura con quienes se salen de lo que la norma define como “constancia” o “disciplina”. Durante décadas se nos dijo que la motivación era voluntad, carácter o incluso moral. Hoy sabemos que hay personas cuyo sistema nervioso procesa el mundo con otra intensidad, ritmo y lenguaje interno. Richard Davidson, desde la neurociencia afectiva, ha demostrado que las emociones, el contexto y las conexiones sociales son claves para activar patrones cerebrales motivacionales. ¿Qué pasaría si en lugar de exigir adaptaciones rápidas, empezáramos por entender qué tipo de motivación tiene sentido para cada persona?
Un joven con autismo puede tener un mundo interno riquísimo, pero sentirse paralizado ante tareas que no conectan con su interés específico. Una mujer con TDAH puede desear profundamente terminar un proyecto, pero no logra sostener el impulso sin juzgarse por ello. Un niño con ansiedad puede necesitar más tiempo para intentarlo, pero eso no lo hace menos capaz. En estos casos, más que consejos genéricos, se necesita sensibilidad y estrategias personalizadas. Porque la motivación no se grita, se construye con respeto.
La motivación tiene muchos rostros: intrínseca, cuando nace del interés o el disfrute; extrínseca, cuando responde a recompensas externas. La Teoría de la Autodeterminación, de Deci y Ryan, nos recuerda que todos necesitamos sentirnos autónomos, conectados y capaces para mantenernos motivados. Pero ¿estamos creando entornos donde las personas neurodivergentes puedan sentirse así, sin tener que esforzarse todo el tiempo por “encajar”? ¿Cómo se motiva alguien que siempre ha recibido el mensaje de que su forma de estar en el mundo está mal?
Comprender la motivación desde lo neurológico no solo cambia cómo entendemos el comportamiento, también cómo nos relacionamos. En la escuela, en el trabajo, en casa… podemos dejar de juzgar lo que vemos como apatía y empezar a escuchar lo que hay detrás: miedo al fracaso, desconexión emocional, falta de estímulo real o un sistema que nunca fue pensado para cerebros diversos. La motivación no es un rasgo que se tiene o no: es una llama que puede encenderse si se le da oxígeno, espacio y sentido.
Esta nueva visión no pretende simplificar la experiencia humana, sino ampliarla. Nos invita a dejar de preguntar “¿por qué no puede?” y empezar a explorar “¿cómo funciona su motivación y cómo puedo acompañarla?”. Porque cuando entendemos que el deseo de avanzar no se impone, sino que se cultiva, abrimos la puerta a una sociedad más justa, más humana… y también más motivada.
Twitter: @Mik3_Sosa