Se detuvo un momento, limpiándose lentamente las manos en el mandil que contaba ya con manchas blancuzcas y con la compañía, desde afuera, de una llovizna que ofrecía puntos suspensivos en el suelo a ritmo constante. Dio la vuelta y su mirada aterrizó en el viejo espejo que colgaba de la pared entrando a la cocina, al cual evitaba cada vez que podía. Se encontró en ese instante con una persona que había pasado a ser de la primera fila, de las que siguen. En esta ocasión, la cabellera azabache hecha cana y las comisuras descendientes fueron sus anclas de atención. Ainara se quedó congelada en el tiempo. Y entonces el helado reflejo logró ser interrumpido gracias a la canción "The Nearness of You", interpretada por Glenn Miller y su orquesta, reproducida en el vinilo que giraba en el fonógrafo que le había heredado su papá. Lo que más le gustaba a Ainara de estar en la cocina, era navegar con sus cinco sentidos.
Se acercó de nuevo al horno, que trabajaba a 180 grados en este frío noviembre, para llenar sus sentidos del aroma que ahí comenzaba a gestarse y que era producto de 1/2 taza de harina, 1/4 de taza de aceite, 2 huevos, 2 cucharadas de cocoa, 1/4 de taza de leche, 1/4 de cucharadita de polvo para hornear, 1/2 cucharadita de esencia de vainilla y el ingrediente secreto. Pensaba que a cualquiera le parecería descabellada la incorporación de este último componente si confesara de cuál se trata, cuando un relámpago iluminó el cielo. Y en el momento en que miró hacia la ventana, llegó la siempre tardía y desfasada respuesta del trueno casi golpeando los cristales. La luz en el interior de aquella acogedora casa, alfombrada, de enorme jardín y marcos de madera de roble que delimitaban la entrada a cada habitación, terminó por irse.
Corrió entonces a buscar las velas, empolvadas después de no ser utilizadas por un buen tiempo; a excepción de una que se mantenía encendida constantemente en la pequeña sala de su hogar, de día y de noche. Dio entonces gracias a Dios que su artesanía dulce no corría peligro, habiendo dedicado toda la semana a idear la creación de este postre. Anotaba las ideas por día de la semana en su pequeña libreta de color azul cielo: lunes. Strudel de manzana; martes. Tiramisú de limón; Miércoles. Panqué marmoleado; Jueves. Concha de fresa rellena de nata; y ninguna le convencía. Sin embargo, el viernes llegó a cierta conclusión que a primera vista le pareció aburrida, poco inventiva y hasta desilusionante: Pastel de chocolate. Pensaba que era poca cosa para la importante presencia de su invitado. Sin embargo, pronto se dio cuenta que este era tan sólo uno más de los juicios que hacía sobre las cosas antes de tiempo y precipitadamente. Para Ainara, que era perfeccionista desde que aprendió a hacer donas azucaradas a los 6 años, la importancia de ese día y la preparación del mencionado postre recaían en que se trataba, en realidad, de una ofrenda de paz para reconciliarse; y el pastel de chocolate, estaba ahora segura, era el mejor camino.
Esa noche de viernes por fin encontró las velas que buscaba para combatir la oscuridad de, por lo menos, la cocina y el antecomedor. Continuaba sonando el vinilo de Glenn Miller y su orquesta en el fonógrafo, esta vez casi en el final del lado A, con la canción "Stairway to the Stars", y acompañado todavía por el tintineo, ahora de mayor intensidad, de las lágrimas celestes como cama sonora. Así, con el penúltimo cerillo que le quedaba encendió el pabilo, produciendo una llama en principio pequeñísima, pero que en segundos alcanzaría gran poder.
El olor del pastel te avisa cuando ya está. Hacía mucho que no lograba concentrarse para preparar uno, lo mismo que verse en un espejo con tranquilidad. Sacó el postrecito del horno, inflado ahora lo suficiente como para alcanzar una textura de terciopelo y aspecto de almohada. Ligeramente poroso aquel pan de color café púrpura, con pecas esparcidas uniformemente, como si fueran parte de un diseño meticulosamente planeado.
Y recordó que su invitado era, en particular, afín al betún. Ainara sonrío para sí misma y pensó era una oportunidad perfecta para preparar uno que fuera horroroso, desagradable y por demás empalagoso. Y pegosteoso también. Así le recordaría a su invitado aquel postre que ambos probaron el día en que se conocieron. Aquella ocasión, ubicaba en su memoria, su invitado notó la cicatriz que recorría el lado derecho de su frente y que procuraba ocultarse, estando frente a otros, con el cabello negro. Se preguntó entonces cuál sería un mejor camino a la reconciliación: ¿La risa por el recuerdo o la hechura de un buen pastel de chocolate?
El arte de la repostería y la maestría culinaria son traducciones de significados, de subtextos y de lo no puesto en palabras. Dicen siempre más sobre las manos que los prepararon que sobre su propio sabor. Si la reconciliación llegaba a buen puerto, las comisuras descendientes se alzarían en el reflejo de aquel desdichado espejo.
Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: "A Nightingale Sang In Berkeley Square", canción en la versión interpretada por Glenn Miller and His Orchestra.