San Luis Potosí, SLP.- A pesar de campañas y promesas institucionales, la violencia escolar sigue creciendo en silencio, acechando a niños y niñas incluso en los espacios que deberían protegerlos. En San Luis Potosí, otro caso alarmante de acoso ha salido a la luz, esta vez en la escuela primaria Alfredo Sánchez García, ubicada en el fraccionamiento Molinos del Rey. Un niño de siete años fue víctima de una agresión tan fuerte que perdió momentáneamente el conocimiento.
El pequeño, alumno de tercer grado, ha sufrido una serie de ataques físicos y verbales en reiteradas ocasiones, sin que hasta el momento exista una respuesta contundente por parte del Sistema Educativo Estatal Regular (SEER), al que pertenece la institución. Su padre, empleado de una tienda de conveniencia, ha denunciado públicamente el abandono institucional, “Hemos hablado con la maestra desde hace meses, pero se niega a reconocer que se trata de bullying”.
La agresión más reciente encendió todas las alarmas. Un empujón aparentemente intencional dejó al niño desorientado, con lapsos de memoria y síntomas que obligaron a su traslado inmediato a un hospital. Afortunadamente, los exámenes médicos descartaron lesiones cerebrales, pero el riesgo fue real. “Lo más grave es que intentaron hacerlo pasar como un simple accidente. Están encubriendo lo que pasa dentro de la escuela”, reclamó el padre.
Este no es un hecho aislado. El menor ya había sido víctima de golpes por parte de otros compañeros en el pasado, situaciones que fueron notificadas a la anterior administración del plantel, sin mayores consecuencias. Para el padre, los constantes cambios de directivos agravan el problema, “Cada que cambian al director, todo vuelve a empezar. No hay seguimiento, no hay responsabilidad”.
Jesús, el niño afectado, fue claro en su deseo más básico, “Solo quiero que no me peguen, que no me empujen y que me traten bien”. Le gusta la clase de educación física, también español, pero confiesa que ir a la escuela ya no le entusiasma.
El caso revela una realidad que cruza clases sociales, tipos de escuelas y zonas geográficas, el bullying no distingue entre colegios privados o públicos, ni entre niños de contextos diferentes. La violencia escolar se ha convertido en una constante que se esconde entre pasillos, salones y baños, donde muchas veces la vigilancia de los adultos es nula y los protocolos brillan por su ausencia.
En este contexto, la falta de reacción oportuna por parte de las autoridades educativas no solo perpetúa la impunidad, sino que también envía un mensaje peligroso, que los niños deben aprender a sobrevivir solos a un entorno hostil. Y eso, como sociedad, no lo podemos permitir. La protección de la infancia no debería depender de la suerte ni de la insistencia de padres desesperados, sino de un sistema que funcione, actúe y prevenga antes de que sea demasiado tarde.