Si buscamos la raíz de toda rivalidad, posiblemente encontremos una primigenia escena de competencia, por la atención de los progenitores o cuidadores en las infancias. La lucha por la mirada, que en la ternura de un pequeño(a) puede parecer incluso graciosa, en la adultez biológica, en la que a veces no se logró la madurez, resulta peligrosa, pues lleva a la violencia en casos extremos, como el acoso laboral o escolar.
¿Has visto como los cachorritos de las perritas, luchan por ganar su lugar a la hora de ser amamantados, con premura y cierta agresividad? Los pequeñitos pelean por su alimento y su territorio, por satisfacer su necesidad, es decir, en ese momento se pone en escena el instinto animal, es decir, el de supervivencia. Cuando brotan los celos en los ojos humanos y se elige inconsciente o conscientemente a algún(a) rival, para seguir degustando la lucha por el poder y la atención que no se logró en su momento, es posible que sea precisamente este instinto el que está siendo el móvil de la riña, a veces de miradas, de palabras, de posesión, de control, de manipulación o de altivez.
¿Te ha tocado en alguna ocasión, que deseas vivir cierto compañerismo en alguna labor y que se vuelve tarea imposible, porque constantemente eres convocado(a) a una lucha de poderes? O bien ¿Has sido tú quien necesita sentir esa adrenalina correr en tu sangre, cuando derrotas a quien estás constantemente mirando como un(a) contrincante? Y es que los celos y la envidia, son definitivamente la antesala de la destrucción definitiva, como puede ser una guerra.
El núcleo tal vez, está configurado desde la familia. Se dice que los hermanos(as) pelean porque Papá o Mamá los triangulan, es decir, los ponen a pelear por su atención o su amor, de forma consciente o inconsciente. Y no se trata de juzgar a ningún progenitor, en absoluto. A veces, éstos también son programas transgeneracionales.
En la hermandad de los bisabuelos había un consentido, en la hermandad de los abuelos se repite y los padres cargan con este resentimiento y este programa de ganar el lugar, a través de ser lo que se espera de ellos(a) o excluir al otro(a) para obtener la aprobación y la pertenencia. Y Caín y Abel son los arquetipos protagónicos, silentes y constantes, en las dinámicas familiares. En castellano se usa en muchas ocasiones la frase “Es envidiable” cuando se habla de algo hermoso, afortunado o bello.
¿Envidiable? Pero si la envidia, es uno de los defectos de carácter más desafortunados en el Alma humana. Porque la envidia es una obscura energía que dice: No quiero que tengas, seas o disfrutes porque yo no lo tengo, lo soy o lo disfruto. Y los celos exclaman ¡No quiero que seas visto(a), ni amado(a), ni tengas un lugar con una o varias personas, porque es sólo para mí y no para los demás!
El ego distorsionado es posesivo y separa, el amor y la conciencia unen. Cuando solamente existe el instinto, sin la emoción y la razón y sobre todo la Conciencia en una integración coherente, no puede haber construcción. Celos y envidia es depredación. Competir está destinado a la pérdida y a la destrucción. En alguna ocasión escuché que, en las olimpiadas griegas, la competencia era en realidad con uno mismo y se trataba de mejorar la propia marca. Si estamos concentrados(as) en nosotros(as) mismos(as) y damos lo mejor de nuestro ser y hacer al grupo, familia o pareja, entonces, estamos compartiendo.
Pero si salimos de nuestro corazón y padecemos de una débil autoestima, poco trabajo interno o en ocasiones nulo, un complejo de inferioridad y de falta de un espejo que refleje nuestro brillo luminoso, entonces, creeremos que hay que derrotar a los otros, que estamos en lucha, que tenemos que hacer alianzas para quedarnos en un poder falso y egotista. Y, al contrario, si permanecemos en la sabiduría lumínica del corazón, nos amamos a nosotros mismos(as), nos conocemos profundamente y sabemos que no somos ni peores, ni mejores que nadie, estamos enterados de que cada Ser es único(a) e irrepetible, podemos crear juntos una melodía única en cada dinámica grupal, laboral, escolar o familiar.
Competir es del ego (distorsionado), compartir es del amor y la unidad. ¿Quién compite contigo? ¿Con quién compites? ¿En qué momentos de tu vida has podido compartir y crear unidad y crecimiento? ¿Cómo han sido tus dinámicas con tu hermandad? ¿Estás decidido(a) a entregar al cielo tus celos o envidia, para que sean a través de la luz y el amor transformados en creación y admiración hacia los otros(as) y hacia ti mismo(a)? ¿Estás listo(a) para no permitir nunca más que los celos y la envidia de los otros te carcoman el corazón? Quien domina su mente y disfruta de la integridad y la coherencia, no necesita imponer dominio hacia afuera.
Quien ha logrado la presencia, no juzga, colabora. Así que gracias, infinitas gracias por todo lo que nos has compartido, desde el profundo amor de tu corazón y tu sabiduría de Espíritu. Eso es lo que realmente trasciende, porque nada real puede ser amenazado y todo lo que se comparte con amor, es eterno.
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.