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¿Qué se come en el Vaticano?

Plano Informativo | 26/04/2025 | 09:30

Con la triste noticia del fallecimiento del Papa Francisco, el mundo católico entra en un periodo de duelo y transición. Más allá del impacto espiritual y político que esto representa, también se activan una serie de protocolos dentro del Vaticano que rara vez salen a la luz pública. Uno de los aspectos menos conocidos, pero profundamente simbólicos, es la organización de la vida cotidiana durante este tiempo, incluida la alimentación. 

La vida dentro del Vaticano transcurre entre muros centenarios, rezos, diplomacia y también una rutina alimentaria sorprendentemente sencilla. La dieta diaria de quienes residen o trabajan allí, desde sacerdotes hasta empleados administrativos, está basada en la cocina italiana tradicional, aunque con algunas variaciones culturales.

El Papa Francisco, por ejemplo, era conocido por preferir una alimentación modesta. Durante su pontificado, vivió en la Casa Santa Marta, una residencia dentro del Vaticano, donde optaba por comidas simples y saludables, a veces inspiradas en su natal Argentina: pescado, pollo, frutas frescas, arroz y su inseparable mate. Evitaba platos lujosos y cenas opulentas, en coherencia con su estilo pastoral austero.

En general, los comedores vaticanos ofrecen menús similares a los de cualquier comedor universitario italiano: pastas, vegetales de temporada, carnes magras, pan recién horneado y postres clásicos como tiramisú o frutas. Los ingredientes suelen ser frescos, y muchos provienen de proveedores locales italianos o incluso de los jardines del Vaticano, que cuentan con pequeñas huertas y árboles frutales.

La cocina del Vaticano está a cargo de chefs profesionales y personal capacitado que trabaja tanto en la Casa Santa Marta como en otras áreas como el comedor de los Museos Vaticanos. El menú se adapta a los gustos personales, pero también busca mantener un equilibrio entre lo nutritivo y lo sencillo.

Incluso hay una pequeña cafetería donde los empleados del Vaticano pueden comer por precios accesibles. El ambiente es informal, y aunque se cruzan cardenales y monseñores, la atmósfera es más parecida a la de una comunidad estudiantil que a un palacio real.

Cuando fallece un Papa, se convoca un cónclave: la reunión en la que los cardenales menores de 80 años se encierran para elegir al nuevo pontífice. En ese periodo, la alimentación adquiere un carácter casi ritual.

Los cardenales electores deben residir durante el cónclave en la Casa Santa Marta y se trasladan diariamente a la Capilla Sixtina para votar. En esos días, la comida está estrictamente controlada para garantizar sobriedad, seguridad y concentración espiritual. Se sirven tres comidas al día, sin lujos, con menús predeterminados: pastas sin salsas complejas, pollo al horno, pescados blancos, vegetales al vapor, fruta y pan. Las bebidas se limitan a agua y vino en porciones moderadas.

El personal de cocina que participa en este proceso jura confidencialidad absoluta. No pueden hablar con los cardenales ni divulgar detalles de lo que ocurre durante el cónclave. Incluso los utensilios de cocina y los alimentos se revisan para evitar mensajes ocultos o contactos externos. 

La elección de mantener una dieta sencilla durante uno de los momentos más importantes de la Iglesia no es casual. La austeridad refleja los ideales de humildad, servicio y desapego material que se espera del nuevo líder espiritual del catolicismo. Así como la liturgia está llena de símbolos, también lo está el menú del cónclave.

Además, esta sobriedad contrasta fuertemente con la imagen opulenta que muchos tienen del Vaticano. Mientras que sus basílicas están recubiertas de mármol y oro, la mesa vaticana se mantiene modesta, con el objetivo de nutrir sin distraer.

La alimentación en el Vaticano es, al mismo tiempo, práctica y simbólica. Durante los días ordinarios, refleja la vida comunitaria de una pequeña ciudad-estado. Y durante los momentos extraordinarios como el cónclave, se convierte en un acto de recogimiento espiritual. Comer, dentro de los muros vaticanos, no es simplemente un acto biológico, sino una extensión del servicio y la oración.