Un amor verdadero, es extensivo, no exclusivo. Una mujer que tiene corazón de madre, ama a sus hijos, pero también, a los que podrían ser suyos.
Así es el corazón de María, que ama a su Hijo, y también nos ama a nosotros, como ama a Jesús.
Si amas a alguien, también cuidarás lo que es suyo.
Por desgracia, el hombre no sabe amar; y confunde amor, con egoísmo.
Por lo general, amamos algo de la persona a la que decimos amar; y rechazamos, lo que tenga que ver con ella. Tal vez, por miedo al sacrificio.
Ya que, hay amores, que pueden llevarnos a rumbos inesperados; pero, donde está el amor, ahí está la vida.
Esto, fue lo que el Señor, le hizo saber a Pedro: “Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a dónde no quieras”. (Jn.21).
El amor verdadero, nos puede llevar hasta entregar la vida.
Pocos son, los que están dispuestos a amar; porque, no todos están dispuestos a la renuncia.
Para ayudarnos amar alguien, es bueno recordar, que Dios, así lo ama; y también lo ama, como nos ama a nosotros. Solo así, podremos entender, que todos somos dignos de ser amados.
Si amamos a Dios, hay que amar también a los que son de Cristo.
El Señor, le confío sus ovejas a Pedro; pero, era necesario escuchar la triple confesión de amor, para así poner, los corderos bajo su cuidado.
Y así lo dice el Evangelio: “ Por tercera vez le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿ Me quieres? Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta a mis ovejas”.(Jn.21).
Era necesaria, una triple confesión de amor. Ya que así, es como el Señor podría confiarle a los suyos.
Quien tiene la misión de guiar, incluyendo a los papás, necesita amar a Dios, para saber cómo amar a sus hijos, que no son suyos, más bien son, las ovejas del Señor.
Si amamos a Dios, podremos también amar a las ovejas del Señor.
Ya que Cristo, siempre nos va a manifestar su amor, por medio de los buenos pastores.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»
Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».