María Aranzazu Puente Bustindui | 01/05/2025 | 08:02
Estimadas y estimados lectores, en este Día Mundial del Libro (23 de abril), me detengo a pensar en cómo los libros, sin necesidad de ser una presencia constante o académica en la vida de todos, siguen teniendo un valor enorme. He de confesarles que no me considero una gran lectora, ni pretendo serlo. A veces leo un libro tras otro, más por impulso que por hábito, y muchas otras paso semanas sin abrir un libro. Pero eso no me impide reconocer el poder transformador que tiene una buena lectura en el momento justo.
En México, según datos del INEGI, cada vez se lee menos. En 2023, solo el 68.5% de las personas dijeron haber leído al menos un libro, revista, periódico o incluso contenido digital en el último año y el promedio anual de libros leídos sigue bajando pasando de 3.6 en 2015 a 3.2 en 2024. Esto no es solo un dato curioso, sino que es un reflejo de una desconexión cada vez más fuerte con una de las herramientas más poderosas para comprender la realidad que vivimos.
Y es que la llegada de las redes sociales cambió las reglas del juego ya que hoy estamos expuestos a más contenido del que podríamos procesar en toda una vida. Noticias, opiniones, memes, hilos y teorías conviven en un mismo timeline, en un mismo minuto. Y sí, a veces eso es útil, entretenido o incluso educativo. Pero también es superficial, confuso, y en no pocos casos, abrumador. En medio de ese ruido, los libros (ya sean físicos o digitales) ofrecen algo que casi nada más puede darnos: una pausa, una oportunidad para detenerse, pensar, sumergirse. Para entender de fondo, no solo en la superficie.
No se trata de leer por obligación ni de romantizar el libro como si fuera un objeto sagrado. Se trata de ver en la lectura una posibilidad: de entendernos mejor, de ver el mundo con otros ojos, de cuestionar lo que creemos cierto. Leer es una forma de conversación íntima, incluso cuando uno no se considera parte del club de los grandes lectores.
Hoy, más que celebrar el libro como objeto, celebremos lo que provoca: una sacudida, una pregunta, un despertar de nuestra imaginación.
Y aprovechando la ocasión, quiero hacer una recomendación personal, sin pretensiones: Las 48 leyes del poder, de Robert Greene. Es un libro polémico, sin duda, y muchas veces incómodo. Pero justamente por eso vale la pena. Porque nos obliga a mirar de frente temas que preferimos evitar: cómo funciona el poder, cómo se usa, cómo se disfraza. No para volverse cínico, sino para entender mejor el mundo que habitamos. Ojalá le den una oportunidad.
Gracias por su lectura. Que estas conexiones nos sigan acercando.
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