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Detrás de la máscara

Miguel Ángel Sosa | 28/04/2025 | 00:49

¿Alguna vez te has sentido obligado a ocultar quién eres para ser aceptado? Para las personas autistas, esta necesidad no es un momento aislado, sino una estrategia de supervivencia diaria conocida como masking. El término refiere a los esfuerzos conscientes e inconscientes que realizan para disimular sus características autistas, adaptándose a normas sociales que muchas veces resultan ajenas a su naturaleza profunda. Según la psicóloga Devon Price, "el masking no es un deseo de engañar, sino una herramienta para sobrevivir en un mundo que no fue construido para la neurodivergencia".
 
El masking puede adoptar formas tan sutiles como forzar sonrisas, imitar gestos de otras personas, o reprimir intereses intensos para no ser juzgados. Pero ¿qué sucede cuando se vive demasiado tiempo tras una máscara? Expertos como la doctora Laura Hull señalan que este comportamiento sostenido puede generar fatiga emocional, ansiedad, depresión e incluso despersonalización, porque la persona siente que debe esconder continuamente su verdadero ser. No es una simple cuestión de timidez o reserva, sino un desgaste constante que, en muchos casos, pasa inadvertido para quienes rodean a la persona autista.
 
Históricamente, el concepto de masking ha sido poco visibilizado, en parte porque las investigaciones sobre autismo se centraron durante décadas en los rasgos más visibles. No fue sino hasta los estudios recientes, impulsados en gran parte por mujeres y personas no binarias autistas, que se empezó a comprender la profundidad y el costo de este fenómeno. ¿Por qué? Porque muchas personas que en apariencia 'se adaptaban' eran, en realidad, expertas en ocultar su diferencia, pagando un precio silencioso.
 
El masking no es simplemente un "truco social", es una respuesta de adaptación a un entorno que tiende a exigir conformidad. Si entendemos que una persona autista puede enmascarar sus dificultades en interacciones cotidianas —como mantener el contacto visual o participar en conversaciones triviales—, podemos comenzar a cuestionar: ¿qué tan auténtico es el concepto de "normalidad" que defendemos? ¿Y a cuántas personas estamos orillando, sin quererlo, a negarse a sí mismas para ser aceptadas?
 
Existen también matices: algunas personas encuentran en el masking una forma útil de manejar situaciones específicas, como entrevistas de trabajo o reuniones formales, del mismo modo que cualquier persona puede modular su conducta en un entorno profesional. Sin embargo, el problema aparece cuando el masking deja de ser una elección puntual y se convierte en una exigencia permanente, inhibiendo la autenticidad y el bienestar personal. Como lo expresa la especialista Monique Botha, "el problema no es que los autistas enmascaren, sino que sientan que deben hacerlo para sobrevivir".
 
¿Qué podemos hacer desde fuera? Lo primero es aprender a valorar la autenticidad sobre la apariencia, crear espacios donde las diferencias en comunicación, expresión emocional o intereses no sean motivo de rechazo, sino de apertura. Aceptar que no todas las sonrisas son necesarias, que no todos los silencios deben ser interrumpidos, y que la conexión humana puede construirse también en la diversidad de ritmos y lenguajes.
 
Al final, el masking nos invita a reflexionar sobre la amabilidad radical: esa que no exige adecuación, sino que recibe con respeto las múltiples formas de ser. Entender el masking es, en última instancia, entender una herida silenciosa que muchas personas han aprendido a ocultar, y es también una oportunidad de tender la mano para que cada uno pueda caminar con su verdadero rostro, sin temor.