Domingo 27 de Abril de 2025 | Aguascalientes.
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El monte que mordieron las máquinas

Ikuaclanetzi Cardona González | 26/04/2025 | 22:27

A esa hora en que la ciudad aún bosteza, los primeros rayos del sol se filtran entre las ramas de los mezquites viejos y los huizaches espinosos de La Pona. Hay un silencio que no es de muerte, sino de memoria. El aire ahí no sopla, murmura. Y lo que dice no es cualquier cosa. Habla de siglos. De sombra fresca. De raíces que no se rinden.
 
Recientemente, algo se quebró. El rumor de las hojas fue sustituido por el bramido seco de una retroexcavadora. Y luego otra. Las máquinas llegan como monstruos sin cuento; mandíbula de dientes de acero y la misión clara de tragar matorrales, troncos, sombra y oxígeno. Sin prisa pero sin pausa, comenzaron a morder el monte, escupiendo polvo y crujidos que sonaban más a grito que a árbol.
 
En el caos, algún distinto resuena:
“Ojalá también pongan en el Congreso con letras doradas ‘La PONA patrimonio natural del estado’”.
 
La ironía es certera. Hiriente como toda verdad dicha en voz alta. Porque mientras en el Congreso local se doran placas que honran la charrería, la tauromaquia y las peleas de gallos, aquí se arrasa con uno de los últimos pulmones vivos de Aguascalientes. Sí. Los mismos que avalaron con solemnidad la frase “Feria Nacional de San Marcos y sus Tradiciones”, callan cuando el suelo cruje.
 
Del otro lado del predio, los activistas corren. No hay tiempo para discursos. La Alianza por la Defensa de la Naturaleza y el Observatorio de Violencia Social y de Género documentan como pueden. Preguntan. Reclaman. Filman. Y se topan con la respuesta que siempre espera en estos casos:
 
-“Es terreno privado, no toca la reserva.”
 
Una línea. Una excusa. Una coartada. Jurídicamente impecable, éticamente inaceptable.
 
Porque el humo que se levanta de la hojarasca incendiada no reconoce escrituras ni coordenadas. Porque los ecosistemas no saben de escrituras notariales. Porque a La Pona le están cortando las piernas, aunque le dejen la cabeza intacta para la foto.
 
Y mientras tanto, los diputados que se jactan de proteger lo “tradicional” se esconden detrás del brillo de sus letras doradas. No hay posicionamientos. No hay comparecencias. No hay vergüenza. Solo silencio. Y del otro lado, vecinas que aplauden la llegada de la “avenida que vendrá”, sin imaginar que el progreso que celebran será la lápida de su propio patrimonio.
 
La Pona no es un lote baldío. Es un relicto de matorral xerófilo en extinción. Es hogar del carpintero dorso dorado, del halcón de Cooper, del caracara crestado y de nuestra ranita de madriguera. Es un respiro en una ciudad que se nos va llenando de concreto y tráfico. Es historia. Es futuro. Es todo lo que quisieron borrar antes y no pudieron. Hasta ahora.
 
Si hoy nos arrancan un pedazo de alma verde, mañana vendrán por otro. Y otro. Hasta que lo único que quede de La Pona sean los mapas, las memorias, los editoriales y las culpas.
 
Defender La Pona es un deber, no una opción. Es más que plantar una cartulina en la reja o una indignación digital. Es exigir que esa frase -“La PONA patrimonio natural del estado”- no sea una burla sarcástica sino un acto legislativo, político, ciudadano. Un compromiso con la vida.
 
Porque si permitimos que las máquinas avancen, que arranquen raíz por raíz este bosque, lo siguiente que se llevarán será nuestra dignidad.
Y entonces sí, quedaremos como siempre, mirando desde lejos cómo se firma la sentencia de muerte de lo que nunca aprendimos a proteger.