Después de cinco horas de puro mar, ahí está, por fin, el archipiélago de las Islas Marías. Una mezcla de belleza y de imaginado terror. Una línea de casas blancas salidas de una película. Unas palmeras que se agitan solitarias. Un mural de bienvenida, una bandera, un obelisco y unos arcos azules. La iglesia y su cúpula azul, y más allá, sobre la cordillera gris que se abarca de lado a lado con la mirada, un Cristo Redentor.
"Más vale que vayan enterándose que sólo el arrepentimiento los salvará de que esto se vuelva su tumba", amenazaba el guardia militar a Pedro Infante, que interpretaba a un preso inocente recién llegado en la película proyectada en el ferry de ida al archipiélago. "Las Islas Marías", en blanco y negro, estrenada en 1951, cuando el penal tenía entonces 46 años y una estela de terror.
Inaugurado por Porfirio Díaz en 1905 para reincidentes e indeseables, el penal estaba a 171 kilómetros de Mazatlán, Sinaloa, y a 130 de San Blas, Nayarit, "atestado de tiburones". Era tan difícil escapar que los presos andaban libres y trabajaban en la salinera. La sal les arrancaba la piel y el vapor los hacía llorar. Era tan difícil regresar que su familia venía a vivir aquí. Fue tumba de comunistas y cristeros, asesinos seriales y narcotraficantes.
"Decían que era el paraíso, pero que el diablo también vivía aquí", dice un tijuanense, de 61 años, todavía en el ferry, mirando las casas blancas de un lado a otro, como en una fotografía.
"Mi papá tuvo muchos recuerdos, gratos recuerdos y amargos recuerdos", agrega, mientras llega la música de bienvenida desde el muelle. "Él por un lío de drogas estuvo aquí, del 76 al 81, pero libre, se puede decir, y yo vine dos o tres veces y nunca me pareció una prisión. Era un rancho, una isla. Para mí es algo con mucho sentimiento volver a la parte donde vi a mi padre preso. No lo vi en barrotes, pero lo vi aquí, en la isla, lejos de uno. Pero salió y jamás volvió a cometer ningún error. Hasta que murió. Lástima que ya nunca pudo volver".
Los marinos vestidos de beige aseguran el ferry, el "Islas Marías II". Se ven restos de otro muelle destruido por un huracán y los cardúmenes que se agitan en el mar. Los turistas se desinfectan las suelas de los zapatos. Desde 2000, todavía como prisión, las tres islas, María Madre, la única semihabitada; María Magdalena y María Cleofas más un islote fueron declaradas Área Natural Protegida. La prisión cerró en 2019 y desde 2023, Puerto Balleto, donde estaban los campamentos de los presos, es Pueblo Mágico.
"Es algo mágico, tiene un simbolismo muy fuerte. Claro, 113 años de historia, tanta gente que aquí se quedó, que ya no salió, pero hay gente que hasta la tuvieron que llevar arrastrando porque no se quería ir. Estuvo José Revueltas, estuvo el Padre Trampitas, estuvo el sanguinario Sapo, estuvo mucha gente", dice Sara Quiroz, una guanajuatense de 52 años que lava platos en un casino de Las Vegas y es una de los 114 pasajeros del ferry que salió de Mazatlán con 86 asientos vacíos.
Hace 45 años que estuvo aquí. Su padre era el telegrafista. Mira los arcos azules con la figura de Nelson Mandela, preso político también en una isla. Las calientes calles breves, las casas blancas bajas. La demasiada calma que hasta se pueden oír las olas lamiendo las piedras lisas de la playa. Los pasos de las cabras salvajes contra el pavimento. Los loros cabeza amarilla mordiendo el aire. Como si nada hubiera sucedido aquí.
Tras unos minutos le entregan las llaves de su hospedaje, una de las 81 casas de las familias de los antiguos presos. Pensionados, en su mayoría, los turistas llegan por tres días y dos noches. Paquetes de entre 5 mil 500 y 9 mil 200 pesos en clase turista con todo incluido, ferry, hospedaje y bufet, para mirar los restos de la cárcel que fue.