Martes 15 de Abril de 2025 | Aguascalientes.
columnas

Papalote

Rodolfo Ornelas | 11/04/2025 | 11:56

Y en la oscuridad de una sala, me encontré observando la escena: Una joven y su hermana menor volaban un papalote. La ternura, la risa y un cielo despejado componían la atmósfera que envolvía aquel parque de primavera en el que se encontraban. Pero, lamentablemente, dicho ambiente no duraría. De pronto, y como rayo violento e imprudente que corta la paz del firmamento, la cometa cayó al suelo.

Quienes contemplábamos desde la penumbra, no sé si como testigos o partícipes, nos retorcíamos ante las imágenes. Sabíamos desde el instante en que esas hermanas echaron a volar su mariposa de papel, además hecha a mano, que era uno de sus últimos momentos juntas. Y a pesar de que ellas tal vez podían intuirlo, no iban a estar tan seguras como nosotros. Unos acordes que congelaban cualquier indicio de alegría y encabalgaban el desconsuelo acompañaron la caída de aquel papalote, confirmando el porvenir que ya dábamos por sentado: esa hermana menor estaba por fallecer.

Desde donde yo estaba mirando, querido lector, presencié a la mayoría de los allí reunidos llevarse, lentamente, el dorso de la mano a los labios; otros se recargaron en el hombro de la persona a su lado; pero la mayoría se enroscaba como si desde lo más profundo de su alma quisiera cerrar la entrada a algo que nos es muy difícil ver cara a cara: el dolor. Ese monstruo tan terrorífico y brutal que nos ataca cuando menos lo esperamos y que acecha todo el tiempo, queriendo juguetear vilmente con lo que más nos importa.

Y es que las cosas que nos duelen nacen de las formas menos comprensibles, vienen de lugares que creíamos seguros, y llegan a las más sensibles entrañas. Aunque invisibles la mayoría de las veces, los dolores son tanto creaturas grandes como pequeñas, y vienen de adentro y de afuera. Pesaroso confirmo en este texto que en el mundo hay mil y un razones para sentir dolor todos los días: Podemos comenzar por el paisaje trágico de esa joven despidiéndose de su hermana para siempre volando la cometa, o en su propia mamá que después cantará un arrullo para recordar a su hija. Lastima lo propio y lo ajeno: La violencia, las crueldades, los engaños y las injusticias. Afligen las espaldas que antes eran frente y las traiciones; las fronteras y las privaciones de la libertad; el fascismo y alguien que se cree más que otro. Y lastiman los sufrimientos no dichos, los silenciosos, los que se traen adentro. Nos torturan los rechazos y los golpes al alma. Y en dicho grupo entran también las rupturas a contracorriente de lo deseado y los males de amores.

Duele lo inmenso que el de enfrente no ve: las inseguridades que uno lleva en la mente cada mañana, lo no sucedido, los proyectos no concretados, las frustraciones, las pérdidas, las relaciones que no se dieron, los sueños que todavía no se cumplen. Y qué decir de los malentendidos, los enojos y los miedos a dar el paso adelante. Pero hay igualmente padecimientos indescriptibles: Una madre que busca a su hijo y el cinismo.

Pesa mucho reconocer que, mientras usted lee esto, hay una mujer mayor que comienza a dormir para siempre, o hay cierta joven que ha luchado contra un cáncer por un largo tiempo.

Y es que me doy cuenta de lo mucho que nos duele la vida, querido lector. El mundo nos da diariamente razones para alimentar los tormentos. Pero entonces, ¿cómo le hemos hecho para seguir adelante? ¿Por qué a pesar de que no olvidamos la tristeza, porque hay cosas que no se olvidan, uno continúa? Tal vez lo hacemos porque siempre, siempre, hay algo a continuación. Eso se lo aseguro. Las cosas nunca se quedan igual, por más tiempo que estén durando. Le confieso que a mí me ha costado entenderlo, pero ese es el rumbo natural de las cosas.

Uno continúa por una familia, o por una fe valiente y arrojadísima. Se sigue adelante a pesar del sufrimiento porque tuvo el privilegio de sentir el sol en la cara por la mañana, o porque al final del día se encontrará con esa pareja en casa a la que respeta y ama. Hay quien persevera gracias a una canción; o porque el fin de semana podrá tomarse su bebida favorita bien fría viendo una película que le hará repensar el mundo. O tal vez porque podrá invitar a su papá a cenar en la noche. El dolor no desaparece, somos nosotros quienes nos volvemos alquimistas y, con manos propias, transformamos al atroz monstruo en un farolito. Y es que en el tormento, después de un tiempo, sí puede uno sembrar flores, aunque a veces parezca imposible. Las desolaciones vienen de chile, mole y pozole, pero también las maneras de transfigurarlas. Rainer Maria Rilke dijo: "Deja que todo te suceda: la belleza y el terror. Sólo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo".

Mi intención no es ponerle triste con mi columna de hoy, querido lector, ni exagerar con el romanticismo, sino acompañarnos en las aflicciones que llegan al pensamiento. Y también redacto esto con muchas ganas de ponerle atención a los hospitales vivientes que nos curan estos desagradables pesares.

Termino de escribir mi texto con los ojos encharcados, pensando en las tribulaciones de las que le hablo y por las que pasa nuestro mundo, igual que como los tenía cuando veía a las hermanas volar en lo alto del cielo aquel papalote, que ellas mismas habían elaborado.

Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: "¿Qué significa el amor?", canción de Carlos Rivera.