A VECES HABLAMOS DE LA ciudad como si fuera un objeto inanimado, un espacio fijo hecho de calles, edificios y ruido. Lo cierto es que las ciudades están vivas, respiran, cambian, evolucionan… y también se enferman. Y sus enfermedades no siempre se ven a simple vista: no tienen fiebre, pero se calientan; no sangran, pero expulsan a su gente; no estornudan, pero se congestionan.
EN EL FONDO, LOS PROCESOS urbanos son síntomas de cómo vivimos y hacia dónde vamos como sociedad.
VEAMOS EL CASO DE LA gentrificación. A simple vista, puede parecer un proceso positivo: barrios deteriorados que se revitalizan, edificios que se pintan, cafés de diseño, bicicletas por todas partes.
SIN EMBARGO, DETRÁS DE ESA postal se esconde otra historia: la de quienes son desplazados porque ya no pueden pagar la renta, la de los comerciantes de toda la vida que cierran porque su clientela cambió. Lo que fue mejora estética es, muchas veces, desplazamiento disfrazado.
TAMBIÉN ESTÁ LA TUGURIZACIÓN, esa palabra poco agraciada que define una realidad aún más fea: viviendas en condiciones indignas, hacinamiento y falta de servicios. Es lo que ocurre cuando las ciudades crecen sin planificación y sin justicia social, cuando la pobreza se amontona en las esquinas mientras el desarrollo pasa de largo.
HAY PROCESOS MENOS conocidos y no por eso menos importantes. La barrialización, por ejemplo, es un fenómeno donde comunidades se organizan, se reconocen como tales y crean identidad.
A VECES NACEN DE LA precariedad, como asentamientos informales que con los años se consolidan y florecen. Hay esperanza allí, pero también una advertencia: si el Estado no llega, la autogestión termina haciendo todo el trabajo.
NO OLVIDEMOS LA turistificación, cuando un barrio se vuelve postal y sus habitantes pierden el derecho a vivir en él. Airbnb y otras plataformas han convertido casas en hoteles disfrazados, y la ciudad se vuelve escenario para otros, no un hogar para sus propios habitantes.
Y PODRÍAMOS SEGUIR, PORQUE hay muchos otros procesos y fenómenos que se dan en las ciudades que las transforman, no siempre para bien.
HABLAR DE ESTOS PROCESOS NO es una cuestión de especialistas. Nos afectan a todos.
CUANDO UNA CIUDAD SE enferma se rompe el contrato social. Las ciudades deben ser espacios para convivir, no campos de batalla entre los que tienen y los que apenas sobreviven.
¿QUEREMOS VIVIR EN CIUDADES diseñadas solo para el consumo, o en comunidades donde todos tengamos lugar? La pregunta es urgente, porque los cambios ya están ocurriendo. Lo que está en juego no es solo el paisaje urbano, sino la dignidad de quienes lo habitan.
QUIZÁS LA CURA NO ESTÉ SOLO EN más edificios, más vialidades o más centros comerciales. Tal vez la solución esté en mirar de nuevo al vecino, en preguntar qué barrio queremos construir juntos. Porque al final, como en toda enfermedad, el primer paso hacia la sanación es reconocer que algo no está bien.
@jchessal