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El cuerpo lleva la cuenta

Miguel Ángel Sosa | 06/04/2025 | 21:38

¿Puede un recuerdo doler sin palabras? ¿Puede el cuerpo hablar antes que la mente? La respuesta es sí. La memoria afectiva, especialmente aquella relacionada con experiencias traumáticas, no solo se almacena en la mente consciente, sino que deja una huella en nuestro cuerpo. A esto se refiere el psiquiatra Bessel van der Kolk cuando afirma que “el cuerpo lleva la cuenta” (the body keeps the score), destacando que muchas de nuestras emociones más intensas, difíciles o inexplicables tienen raíces corporales, no solo racionales.
 
Esta forma de memoria no depende únicamente del recuerdo consciente, sino de la manera en que el sistema nervioso codifica las experiencias. Cuando vivimos un evento traumático, el cerebro activa zonas como la amígdala y apaga otras, como el hipocampo, alterando la narrativa lineal del recuerdo. Lo que queda entonces no es un “recuerdo” como tal, sino una sensación: una opresión en el pecho, un temblor en las manos, una ansiedad que aparece sin causa aparente. ¿Cuántas veces sentimos algo sin saber por qué?
 
El trauma no vivido con seguridad y acompañamiento se guarda en el cuerpo. Es por eso que muchas personas no recuerdan conscientemente lo que vivieron, pero reaccionan emocional o físicamente cada vez que algo lo activa. Van der Kolk señala que estas memorias afectivas no se expresan con palabras, sino a través del movimiento, la tensión muscular, la respiración o incluso enfermedades psicosomáticas. Esta forma de recordar sin recordar nos puede dejar atrapados en una sensación constante de peligro o desconexión.
 
Entender la memorización afectiva es fundamental para comprender por qué no siempre basta con “hablar de lo que pasó”. Muchas terapias centradas en el cuerpo —como EMDR, el yoga traumainformado o la terapia somática— parten del principio de que el cuerpo necesita expresarse, liberar, y reconfigurar patrones profundos que se instauraron para sobrevivir, no para vivir. ¿Y si lo que más necesitamos no es recordar con palabras, sino sanar con presencia?
 
Las emociones no resueltas se convierten en reacciones automáticas. Una mirada dura puede hacernos sentir como si tuviéramos cinco años otra vez. Un sonido fuerte, una frase, un gesto, pueden detonar memorias escondidas que nos sacan del presente. La psicóloga Pat Ogden, fundadora de la psicoterapia sensoriomotriz, sostiene que “el cuerpo no puede mentir: siempre recuerda cómo nos protegimos, cómo nos congelamos o cómo huimos”.
 
Pero no todo está perdido. La buena noticia es que, así como el cuerpo guarda el trauma, también puede liberar su carga. Reconocer nuestras respuestas físicas, practicar la autocompasión, y permitirnos movernos desde un lugar seguro y amoroso, nos ayuda a reescribir esas memorias afectivas. Volver al cuerpo, con respeto y sin juicio, puede ser una de las formas más poderosas de sanación.
 
En un mundo que nos enseña a olvidar rápido, a minimizar el dolor, a racionalizar lo que sentimos, detenernos a escuchar lo que el cuerpo guarda es un acto de valentía. Porque el cuerpo no olvida, pero también puede aprender a perdonar, a soltar y a reconectarse con la vida. Y tal vez, en ese proceso, podamos recordar no solo lo que nos dolió, sino también lo que nos salvó.