Lo que no podemos ver, es aquello que no hemos podido superar.
Por eso, al ser conscientes de nuestra debilidad, será posible que aceptemos y entendamos al que es tan frágil como nosotros.
Si veo la miseria en el otro, ahí descubro mi propia miseria. Por eso, más vale absolver, antes que condenar.
Ya que, todos estamos expuestos a caer. Y necesitamos de una mano que no salve, y no de un verdugo que nos condene.
Decía San Pablo: “Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas que tú juzgas…”. (Rm.2, 1).
Si hoy estoy juzgando, tal vez mañana, seré yo, el acusado. Es mejor imitar al Señor, y antes de juzgar, mirar al otro con misericordia.
El Evangelio de hoy, nos presenta el relato, sobre una mujer a punto de ser apedreada; a la que acusaban de adulterio.
Y la actitud del Señor, es de misericordia; pero también, nos hace tomar conciencia, de nuestras propias faltas.
Les dice a los que pretenden apedrearla: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra”. ( Jn.8).
Esto, nos hace pensar, que el único que tiene derecho a juzgar y condenar, es el Señor. Pero Dios, antes de la condena, nos ve con amor de misericordia.
Cuando el hombre es condenado por los demás, viene Dios y lo salva de la condena del hombre.
No hay que olvidar, que si hoy señalamos, quizá mañana, alguien nos estará señalando.
Es preferible, ser compasivos con el otro; porque, a la manera como juzguemos, así seremos juzgados.
Dice el Evangelio: “Y lo que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes igualmente”. (Lc.31).
El perdón, es un “perfecto don”, y la oportunidad de mejorar la vida.
Sin olvidar, que no es la condena lo que nos salva, es el amor lo que nos redime.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».