Cuando Steven Spielberg filmó la película "La terminal", ningún aeropuerto del mundo quiso, o podía, cerrar sus instalaciones para la producción de la cinta. Así, decidieron construir uno desde cero dentro de un enorme hangar en California. En dicho set todo funcionaba: Las pizzerías vendían sus alimentos, las librerías lo suyo y el área de comidas estaba abierta.
En un tiempo en que las guerras arancelarias, presentadas en cartulinas tanto "bonitas" como amenazantes, perjudican incluso a focas y pingüinos (suena a verso creativo, pero no lo es), y en este plano surreal en el que vivimos, igualmente fascinante como aturrullador, pensar en los lugares seductores que hay en el mundo trae mucha esperanza.
¡Y qué lugares tan seductores me parecen los aeropuertos! Tienen una atmósfera y sabor propios. Son un espacio en que el ritmo, el ánimo y el universo emocional humano existen de manera paralela a la realidad, y un poquito más aderezados que en ella. En ese limbo apasionante de esperas y direcciones seguidas, la imaginación se puede echar a volar.
Convergen ahí países, culturas, edades, destinos, proveniencias, gustos, elegancias y flojeras. Trasnochados y bien dormidos. Huéspedes de la sala de espera. Para uno, viajar puede ser su día a día; para otro, el mayor de sus sueños. Cientos de veces en los aeropuertos se han visto desde parejas fundiéndose en el abrazo amoroso del reencuentro, hasta familias discutiendo porque uno de los niños ya tiró al suelo una de las maletas. El retablo iconográfico aeroportuario es inagotable. La vida pasa diferente en una terminal.
Y resulta que es observando esas convergencias, y gracias a ellas, como el mundo de uno crece. Todo comienza dando rienda suelta a la curiosidad. Fíjese usted, que en lugares como los aeropuertos, es sencillo que llegue a la mente la invitación a ser bien curioso: ¿A dónde va esta persona? ¿De dónde viene? ¿Viaja por un trabajo que adora? ¿O va a ver, preocupada, a su madre enferma? Es fácil olvidar que las salas de espera están llenas de seres que buscan sentido. ¿Cuánto tiempo le llevó a esta persona ahorrar para lograr irse hoy de viaje? Las respuestas, querido lector, se ven en las ojeras y en una maleta a reventar, en las risotadas y en los lentes oscuros, en las melenas hechas y en las uñas pintadas.
Ser curioso en cuanto a una persona es abrir las puertas a otro universo, y es también abrir la oportunidad a que el nuestro crezca. Y yo creo que es bueno ser curioso aunque no se esté en un aeropuerto. "Quién quita" y esté usted sentado en la banca de un parque junto a la siguiente persona fundamental de su vida. O esté encontrando en la fila del cine al Benito de su Don Gato. Es verdad que el voraz presente nos tiene ensimismados; pero si se mira a nuestro alrededor, quitando la mirada del ombligo, le aseguro que se pueden ver cosas maravillosas; incluso algunas de esas que plantean un antes y un después.
La idea de coquetearle a la vida viene de la curiosidad. Es, en un terreno muy seguro, jugársela. Puede preguntarle algo a la persona que esté a su lado y le suceda como a mí, que conocí a mi mejor amigo en la fila de una cafetería. Con el paso del tiempo, son esas convergencias, como de aeropuerto, de parejas reencontrándose y niños desordenados, en un parque o en una reunión con amigos, las que lo hacen sentirse a uno entre el cielo y la tierra.
Usted, ¿a dónde sueña con viajar, querido lector? ¿Al corazón de quién desea hacerle una visita? Eso de ser curioso es sinónimo de ser explorador de la vida, como el Indiana Jones de aquel director Spielberg, ilusionista y constructor de aeropuertos.
Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: "Siempre volaré (En tus sueños)", canción de Julieta Venegas.