Muchos reclaman sus derechos, pero pocos aceptan sus deberes.
La autoridad, nos obliga a cumplir con el deber; pero nadie nos mueve a vivir en el amor.
En el amor, es donde debe vivir un cristiano.
Hay que volver al amor, para recuperar el sentido.
Por eso, es bueno preguntarnos: si lo que hacemos: es por amor, o por deber.
Ya que, el deber solo es un paso, para vivir en el amor.
El Antiguo Testamento, está caracterizado por cumplir con la ley.
Pero, Cristo no quiere vivamos en el deber, y que todo lo hagamos por amor.
Aunque, por desgracia, nunca vencemos nuestro egoísmo; y todo lo hacemos: por conveniencia o por obligación, más no por amor.
Esas actitudes, se presentan en la parábola del hijo pródigo.
En ese relato, el hijo que permanece en casa, hace un reclamo al padre.
Así lo narra el Evangelio: “¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarro tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo”.(Lc.15).
El hijo “fiel”, reclama sus derechos, porque piensa que sus actos, deben ser a cambio de algo, o por el deber; más, no por el amor a su padre.
Podemos asegurar, que ninguno de los hijos era bueno, porque ninguno amaba al padre.
Pero, lo que el Señor quiere, es despertar en nosotros, la capacidad de dar amor.
El hombre que sabe amar, no pregunta hasta dónde está obligado; porque el amor, no se mide.
Dijo San Agustín: “La medida del amor, es el amar sin medida”. (Conf. Sn. Ag.).
Y añade el Santo: no preguntes cuáles son tus deberes, “Ama, y haz lo que quieras”. (Conf. Sn. Ag.).
Porque, el que ama, ya cumplió la ley entera.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».