Todos quisiéramos, que la felicidad permaneciera por siempre; que el gozo, no solo fuera por un instante, y que durara para siempre.
Pero, bien sabemos, que mientras estemos en este mundo, solo seremos felices a ratos.
Porque, en esta vida, que es temporal, hay tiempo para todo.
Lo dice el libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para llorar, y un tiempo para reír”. (Qo,.3,4).
Hay tiempos en que todo se transforma, y experimentamos la “transfiguración” de nuestra vida, es decir, sentimos que todo cambia de aspecto.
Y es ahí, cuando quisiéramos, que ese aspecto, no cambiara de color.
Algo semejante, vivieron algunos discípulos de Jesús. Dice el Evangelio: “Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes…Pedro le dijo a Jesús: Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres tiendas…”. (Lc.9).
Cuando el gozo, es muy grande, la mente se turba, y ya no sabemos, ni lo que pensamos, ni lo que decimos; y en ese momento, quisiéramos que ese instante fuera eterno.
Porque olvidamos, que, en esta vida, hay que luchar para ganarse el cielo.
Dios suele darnos probaditas de gloria, para que no nos acobardemos ante el dolor, y vivamos con la esperanza en una felicidad permanente.
Por tanto, hay que bajar al calvario, para ganarse la dicha.
Sin olvidar, que se puede ser feliz, a pesar del sufrimiento, mientras no perdamos la esperanza.
La esperanza, puede llegar a trasformar las penas, y convertirlas en gozo.
Siempre hay que esperar, a pesar del dolor, y no sucumbir ante el sufrimiento.
Y, en los momentos de júbilo, tampoco dejemos de esperar.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.