El hombre, es mucho más de lo que podemos decir de él.
Definir a una persona, es determinarla a ser, lo que de ella estamos definiendo.
La persona sufre, por que es señalada; y también, por haber sido etiquetada.
Sufrimos también, cuando se pone en duda la identidad.
Aunque, es más peligroso, caer en la tentación de estar demostrando quienes somos.
El enemigo, para hacernos caer, pone en duda nuestra identidad.
Y de eso, también fue víctima nuestro Señor.
Así lo dice el Evangelio: “No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. (Lc.4).
La tentación de querer demostrar quienes somos, nos hace cometer muchos errores.
Por tanto, es necesario medir las consecuencias de lo que hacemos, al estar demostrando quienes somos. Todo, por el afán de que no duden de nuestra identidad.
Pero, lo que somos, no se demuestra, se muestra.
Seamos fuertes, estando seguros de lo que somos; y no esforzarnos tanto, en convencer a otros de nuestra identidad.
Jesús, no cayó en el juego del maligno, y su respuesta fue: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre”. (Lc.4).
Si estamos fortalecidos con el pan del cielo, no nos va a atormentar la inseguridad de lo que somos.
Hay que alimentarnos del pan de vida, para aquietar nuestras dudas, y vivir felices de lo que somos.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”. Pero Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.