A pesar de que México cuenta con una vasta riqueza del suelo, de la cual depende la alimentación de los mexicanos, la degradación afecta a más de la mitad del territorio nacional.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), 64% del territorio nacional tiene algún grado de degradación, 12% de ésta de severa a extrema, sin embargo, se trata de una cifra que no ha sido actualizada al menos en los últimos 20 años.
Las prácticas agrícolas, el sobrepastoreo, la deforestación, la modificación del uso de suelo y el cambio climático están detrás de dicha degradación, que impacta directamente la dieta y nutrición mexicana, puesto que más de 95% de nuestros alimentos y 15 de los 18 elementos básicos químicos esenciales para las plantas proceden del suelo, según datos de la misma Semarnat.
Ante dicha problemática, especialistas alertan sobre la necesidad de frenar la explotación del suelo y, al contrario, impulsar formas de devolverle sus nutrientes, mediante técnicas de producción agrícola no invasivas, como la cero labranza, así como tecnologías para devolver la materia orgánica a la tierra.
La amenaza
La degradación del suelo no es un problema exclusivo de nuestro país. Un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de 2022, señala que “hasta 40% de la tierra del planeta está degradada, lo que afecta a la mitad de la humanidad, y supone una amenaza para aproximadamente la mitad del producto interno bruto (PIB) mundial (44 billones de dólares de Estados Unidos)”.
El reporte alerta que el porcentaje de degradación del suelo podría aumentar a 90% para 2050 si no se toman medidas para evitarlo.
La degradación del suelo es un proceso que reduce la capacidad del suelo para realizar funciones como sostener ecosistemas, mantener la calidad del aire y agua, y preservar la salud humana, a lo que se suma la pérdida de capacidad productiva.
Este proceso puede dividirse en degradación física (compactación, endurecimiento o recubrimiento por la urbanización), degradación química, la más extendida en el país (exceso de fertilizantes y pesticidas), erosión hídrica (lluvia e inundaciones) y erosión eólica (aire).
Ente vivo
Para Elías Tapia, director de Servicios Agronómicos de Bayer en el Norte de Latinoamérica (Norla), es vital impulsar, en todo el país, técnicas sustentables de protección del suelo, sin comprometer la producción agrícola.
“Cada vez que voy al campo, cada vez que piso el verdadero suelo, digo ‘estamos pisando lo que nos da vida’. Todo, todo, se genera de ahí, la semilla que nosotros ponemos comienza en el suelo… entonces, nos ponemos a reflexionar, decimos ‘ahora ¿cómo podemos regresarle a ese elemento importante lo que lo que lo que debemos de contribuir para que lo sigamos manteniendo siempre vivo?”, afirma en entrevista con Excélsior.
Explica que el suelo se compone de minerales y agua, y un elemento clave: materia orgánica que, además de convertirse en una “esponja” para el agua, impide la compactación, puesto que aporta volumen, así como fertilidad, gracias a la biodiversidad que implica.
La pérdida de materia orgánica es uno de los principales retos a los que se enfrentan especialistas y productores agrícolas, señala.
Es por ello que expertos y empresas, incluida Bayer, impulsan la agricultura regenerativa, que plantea devolver los nutrientes al suelo y, entre otras acciones, reducir al máximo posible la labranza, esto es evitar el uso excesivo de maquinaria que remueva la tierra.
“Una de las prácticas que nosotros estamos impulsando mucho es ese tema de la labranza mínima, es decir, que si tú tienes 12 pasadas de maquinaria, en promedio, para cultivos extensivos, pues que se podamos reducir a seis o a cuatro”, indica Elías Tapia.
Otra de las medidas que plantean son los cultivos de cobertura o de interciclo, los cuales evitan que la tierra se quede sin cubierta vegetal, la cual la protege de la erosión por aire o por agua.
Los cultivos de cobertura, especialmente de leguminosas como el frijol, explica Tapia, además evitan el impacto directo de la lluvia y aportan nitrógeno al suelo, un componente indispensable para el crecimiento de las plantas.
“Ese cultivo de cobertura lo que va a hacer es mantener el suelo con una capa cubierta. ¿Qué evitamos ahí? La evaporación del agua. Promovemos que los microorganismos que viven en el suelo, la microbioma, permanezca en el suelo, que es lo contrario de lo que ocurre cuando ‘volteas’ el suelo”, subraya el experto.
La cobertura, además, aporta materia orgánica a la tierra, puesto que los restos de las plantas no se retiran y, al secarse, forman una capa que se va degradando y que se incorpora al suelo, detalla.
Sin embargo, este tipo de prácticas se enfrentan a la desconfianza de los productores agrícolas, que durante siglos han empleado las mismas técnicas, por lo que un reto de Bayer, a nivel global, es ayudar a 100 millones de pequeños agricultores a que sus cultivos sean rentables, de manera sustentable, mediante el acceso a herramientas digitales, concluye.