Miguel Ángel Sosa | 16/12/2024 | 12:03
mangelsosar@gmail.com
¿Qué pasa cuando la mente se aferra a un solo camino, ignorando que hay otros tantos que podrían llevarnos al mismo destino? La inflexibilidad cognitiva, definida por los psicólogos como la dificultad para adaptarse a nuevas situaciones o cambiar estrategias cuando las actuales no funcionan, es una característica que puede estar presente en cualquier persona, aunque con mayor incidencia en quienes enfrentan trastornos como el autismo, el TDAH o la ansiedad. Pero¿es solo un reto para unos pocos o algo que todos vivimos en algún momento de nuestras vidas?
Expertos como la doctora Susan David, autora de “Agilidad emocional”, señalan que "una mente rígida es como una puerta cerrada; te mantiene en el mismo lugar, incluso cuando el cambio podría salvarte". Esta rigidez se manifiesta de diversas formas: desde insistir en que las cosas se hagan "como siempre" hasta evitar oportunidades por miedo a lo desconocido. La incapacidad de adaptarse puede convertirse en una barrera para el crecimiento personal, afectando nuestras relaciones, trabajo e incluso nuestra salud mental.
En términos neurobiológicos, la flexibilidad cognitiva está ligada al córtex prefrontal, una región del cerebro responsable de funciones ejecutivas como la planificación, la toma de decisiones y la adaptación a nuevos entornos. Las investigaciones de la Universidad de Cambridge han demostrado que las personas con altos niveles de estrés suelen mostrar una disminución en esta habilidad, ya que el cerebro entra en "modo supervivencia", priorizando respuestas automáticas sobre la exploración de alternativas. Pero¿no es el estrés un visitante habitual en la vida moderna?
Los efectos de la inflexibilidad cognitiva son palpables. Imagina a alguien que pierde su empleo, pero se niega a considerar opciones fuera de su industria; o una persona que, tras una discusión, insiste en tener la razón, perdiendo de vista la posibilidad de aprender del conflicto. Estas situaciones, aunque cotidianas, reflejan cómo el aferrarse a una única perspectiva nos limita. Como diría el psicólogo Carl Rogers, "la curiosidad genuina por el punto de vista del otro puede ser el puente hacia el cambio".
¿Hay salida de esta trampa mental? Claro que sí. La flexibilidad cognitiva puede entrenarse, y hacerlo tiene beneficios profundos. Desde practicar la empatía (¿cómo vería esto otra persona?), hasta incorporar técnicas de mindfulness que nos ayuden a detener el piloto automático, cada paso cuenta. Incluso, simples actividades como resolver acertijos, aprender un nuevo idioma o improvisar en tareas diarias pueden reforzar nuestra capacidad para adaptarnos.
Un concepto relacionado es el de growthmindset, popularizado por Carol Dweck. Este enfoque nos invita a ver los desafíos no como fracasos, sino como oportunidades para aprender. Adoptar esta mentalidad no significa abandonar lo que somos, sino ampliar nuestra visión, reconocer que hay muchas maneras de llegar a una solución, y que cambiar de rumbo no es rendirse, sino un acto de sabiduría.
En última instancia, la inflexibilidad cognitiva no es una condena, sino un recordatorio de que nuestra capacidad de adaptarnos define, en gran medida, nuestra calidad de vida. Como lo plantea Viktor Frankl, "cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos". ¿Qué tan lejos podríamos llegar si aprendiéramos a soltar el miedo al cambio y abrazar lo nuevo con curiosidad y valentía? La respuesta, quizás, ya está dentro de nosotros.