¿Qué es ser civilizado? ¿Tener arte y cultura? ¿Tener avances tecnológicos y ser educado? Los antiguos romanos se preciaban de ser civilizados y de repudiar a los bárbaros.
Sobre la civilidad de ciertas prácticas romanas, reflexiona la película de Gladiador II.
Año 200 DC, Numidia. Lucius (Paul Mescal) pelea para tratar de salvar a su pueblo. Pero la invasión romana encabezada por Marcus Acacius (Pedro Pascal) es brutal: la ciudad quemada, sus habitantes convertidos en esclavos. Servirán como entretenimiento para las masas. Un gladiador va despuntando.
Esta secuela llega 24 años detrás de la original. Después de algunas cintas que dejaron indiferentes al público, Scott regresa al blockbuster, a las épicas de espada y sandalia, con gran fanfarria. ¿Lo logra? Afortunadamente, sí.
El director no escatima recursos para dar vida, con aún mayor fastuosidad que la cinta del 2000, a la Roma antigua: lucen la recreación de los desfiles triunfantes y la arena Coliseo.
Pero más allá de los múltiples valores de producción, está un buen guion que al igual que el anterior, entreteje en la ficción, situaciones y personajes históricos reales, lo cual no sólo es entretenido, sino interesante.
Los diálogos también funcionan: se cita desde Marco Aurelio hasta Cicerón, por parte de un elenco extenso y atractivo. Pascal interpreta bien al general atormentado, Mescal demuestra su faceta de estrella de cine y Denzel se roba todas sus escenas, como un carismático villano.
Pero seamos honestos la principal atracción de este filme son los momentos que dan su nombre al título: los gladiadores como los rock stars sanguinarios de la antigüedad; y el público sediento de sangre, clamando por la violencia, sin piedad.
Nosotros somos ahora ese público voyerista, que absorbe las escenas (algunas, bastante brutales). Los romanos se decían civilizados. Casi dos milenios después, nos damos cuenta que nos sigue gustando un buen show. No hemos cambiado tanto.