Agencia Reforma | 10/11/2024 | 16:27
La española Natalia Beltrán y la mexicana Pilar Enrich --residentes en Inglaterra-- combinan en Mi cerebro solo se construye una vez (Lid Editorial Mexicana) el método Montessori con la neurociencia.
Como maestras y expertas en esta metodología --y madres de niños, hoy adultos, que se formaron en Montessori--, advierten que, más allá de los mitos, este método es muy científico.
"El cerebro del ser humano se desarrolla hasta los 24 años, con la corteza prefrontal, pero los cimientos se construyen en los primeros siete años, en la primera infancia, entonces, si respetamos el desarrollo natural de los niños, los resultados son tremendos", explica Beltrán, quien estudió Física y escribe y realiza cursos a nivel internacional sobre inteligencia emocional, liderazgo y Comunicación No Violenta.
Durante los primeros años de vida, el cerebro es lo más maleable que jamás será, por lo que es muy importante prestar atención al ambiente y a las situaciones a las que se exponen a los hijos, ya que lo absorben todo, agrega.
La ciencia actual, destacan las autoras, está corroborando que las experiencias ambientales tempranas tienen el poder de moldear la trayectoria del desarrollo de una persona mediante la configuración cerebral, a través de procesos como la activación y desactivación de ciertos genes, dependiendo de lo que viva la persona, un fenómeno llamado epigenética.
"En esos años se desarrolla el potencial de cada persona, la individualidad, pero también cosas como la inteligencia, la toma de decisiones, la empatía, la confianza en uno mismo, la autoestima y las relaciones sociales, la inteligencia emocional, etcétera", señala Beltrán.
La pedagoga y doctora italiana María Montessori (1870-1952), creadora del método que lleva su nombre, concibió el entorno del niño durante los primeros años de su vida como un segundo útero que nutre y termina de formar su cerebro, agrega la experta.
"Ella lo dijo hace más de 100 años, en base a la observación científica, y ahora la neurociencia lo está probando: efectivamente el cerebro nace ávido de experiencias, expectante de esas experiencias, y no acaba de cablearse, de formarse, hasta que tiene ya las experiencias fuera del útero", menciona Beltrán, madre de tres niños educados en el método Montessori.
"Entonces, que ella le llamara al entorno la segunda matriz es muy interesante porque se ha confirmado así: las experiencias forman el cerebro del ser humano y muchos de estos circuitos son de por vida. Se están formando en esta primera infancia los circuitos emocionales, los circuitos sociales que usamos para relacionarnos y muchos sistemas del cuerpo", detalla.
Dentro del desarrollo óptimo de los niños, la libertad es esencial, asegura, por su parte, Enrich, nacida en México, donde asistió al Liceo Francés y al ITAM. Posteriormente, hizo un máster en Museografía en Londres y enseñó en el Museo Británico, para luego convertirse en artista en Nueva York.
Advierte: el reto es encontrar el punto óptimo y darle al niño tanta libertad como pueda asumir dentro de un entorno seguro.
"A veces queda como abstracto el decir como papás, ¿qué podemos hacer? Lo que tratamos de decir en el libro es que no está tan complicado. Damos ejemplos muy claros de qué hacer y de qué no hacer, pero, como padres, debemos concentrarnos en darle a los niños elección espontánea, en vez de estarle diciendo: ponte la camisa roja o come tal cosa. Las elecciones que parecen muy simples los enriquecen mucho si les damos opciones desde que están pequeñitos", menciona.
Otro punto muy importante, añade, es respetar la concentración profunda en los niños, ya que al principio ésta se interrumpe muy fácil.
"Si como padres aprendemos a respetar que cuando estén lavándose las manos o cuando estén poniéndose un zapato no interrumpirlos, ni siquiera con cumplidos, si ellos llegan a fortalecer esa concentración, los resultados después son fenomenales".
También el aspecto emocional es fundamental, remarca.
"Que el niño aprenda desde pequeño que hay un abanico de emociones y hay que aprender a respetarlas todas, y aprender que van a pasar, si está triste tratar de empatizar, y la emoción después se aprende a manejar, la tristeza, o lo que esté pasando el niño, de una manera mucho más madura", considera Enrich, cuyos dos hijos ya son universitarios.
Los límites
Algunos creen que el Método Montessori es dejar que el niño haga lo que quiera, esto no es así, advierten las autoras.
Explican que cuando los límites están bien definidos, los niños se sienten seguros y cuidados.
"¿Cómo pones los límites?, ¿dónde los pones? Los límites en realidad no son aleatorios, son en relación al respeto de la sociedad, de las personas, de las cosas. Van en relación con lo que el niño es capaz de responsabilizarse o no. Si un niño no puede tomar la responsabilidad, no puede hacer esa cosa. Se ve muy claro con la seguridad, a un niño de dos meses no le damos un objeto de cristal. Hay cosas que son intuitivas", señala Beltrán.
Además, con mensajes muy sencillos, agrega, se pueden tener efectos profundos. Por ejemplo: no hacer cosas por los niños que ellos pueden hacer por sí mismos, eso es un cambio tremendo, asegura.
Parte del entorno óptimo para el niño, considera, es la preparación que como padres se requiere, tanto en comportamiento, regulación emocional, aprendizaje y relaciones sociales.
Reglas claras
Algunas consideraciones a la hora de poner límites a los hijos, de acuerdo con Natalia Beltrán y Pilar Enrich:
1.- Los límites no deben ser arbitrarios.
2.- Protegen necesidades o valores importantes como el respeto o la seguridad.
3.- Están relacionados con el funcionamiento armónico de nuestra sociedad.
4.- Los límites deben ser pocos y claros.
5.- Cuanto antes le enseñes dónde están los límites, menos dificultades tendrán porque sabrá con claridad cómo se hacen las cosas y qué se espera de él.
6.- La forma en que pones el límite influye en cómo lo toma tu hijo. Muéstrate seguro y tranquilo o te presionará e, incluso, intentará manipularte.
7.- Intenta poner límites únicamente cuando se requiera.
8.- Transmite el mensaje con empatía y respeto.
Fuente: Mi cerebro solo se construye una vez