En su más reciente libro, “Historia universal de las soluciones”, el filósofo, escritor y pedagogo español José Antonio Marina menciona que existen dos modos de concebir la política: primero, como el ejercicio del poder; segundo, como el modo de resolver los problemas sociales. El primero se desentiende de la moral; el segundo es su fundamento.
Al leer y escuchar a algunos de los opositores al actual gobierno federal, encabezado por la Dra. Sheinbaum, festinar la posibilidad de una crisis económica y política para nuestro país me pregunto en qué momento, como ciudadanos, nos desentendimos de la calidad moral y ética de nuestra clase política. Si bien el modelo educativo y social neoliberal nos enseñó que lo único que vale es el triunfo individual, principalmente en lo económico, esto ha dejado de lado cualquier sentido colectivo o solidario. La percepción de que no actuar como “tiburones” nos convierte en ingenuos o débiles nos llevó a un sistema que nos educa para vencer o morir, fomentando la desconfianza entre compañeros de clase, trabajo o vecinos, que son vistos solo como competidores y amenazas, y no como posibles aliados en la búsqueda del bien común.
Paradójicamente, se supondría que los políticos son buscadores de soluciones, pero, como ya hemos mencionado, si no eres parte de la solución, te conviertes en parte del problema. ¿Necesitamos llamar a un “chapulín colorado” o ya lo tenemos entre nuestros legisladores y juzgadores distraídos, que parecen más enfocados en dominar los “trending topics” mediáticos que en entender a conciencia su papel como “solucionadores” en lugar de histriones en busca de “likes”?
La situación atípica de este inicio de sexenio, donde a menudo no se comprende la prisa por abordar temas tan trascendentes como si fueran las últimas semanas de las legislaturas, ha llevado al gobierno actual a cometer errores que han sido aprovechados por la clase política y económica privilegiada (hoy desplazada) del neoliberalismo. Estos sectores e intereses supranacionales han generado mediáticamente la idea de inestabilidad y crisis político-constitucional, más ficticia que real.
Ojalá el dicho “despacio que llevo prisa” lo apliquen tanto la Presidenta Sheinbaum, sus operadores cercanos, así como los líderes de la 4T en ambas cámaras del Congreso. En la Cámara de Diputados, al parecer, se ha logrado avanzar con mayor calma y sin tantas provocaciones entre los legisladores de dicha cámara, lo que les ha permitido llevar a buen puerto las reformas necesarias. No obstante, en el Senado es donde se han suscitado los mayores problemas y provocaciones, poniendo en riesgo la hegemonía de la 4T en la aprobación de las modificaciones legales necesarias para su proyecto de nación, justo por ese ánimo protagónico de muchos de los senadores y senadoras hoy integrantes de esa cámara.
En este contexto de aquelarre legislativo y reformista, nos preguntamos: ¿dónde aprenden los políticos, ahora convertidos en legisladores y funcionarios, a cumplir con la responsabilidad para la cual fueron electos y designados? ¿Dónde aprenden a ser verdaderos solucionadores de los problemas sociales? Coincidimos con el autor José Antonio Marina en que la lucha por el poder no es el mejor escenario para ese aprendizaje; esta dialéctica de “vencer o morir” suele llevar a muchos a olvidar la ética y a entender a la política como un medio para resolver conflictos sociales y no como un medio de lucimiento personal.
Se acercan días decisivos para el clima político y económico de nuestro país, desde la resolución que harán los ocho ministros, incluyendo a su presidenta Norma Piña, sobre la reforma judicial, hasta la elección de quien será el nuevo presidente o presidenta de nuestro principal socio comercial (USA), de quien dependemos en gran medida económicamente, para bien o para mal. Trump o Kamala, veremos con quién nos va menos mal.
Como bien señala Nicolás Maquiavelo en “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”: “La naturaleza ha constituido al hombre de tal manera que puede desearlo todo, pero no puede conseguirlo todo y no todo le conviene... de modo que, siendo siempre mayor el deseo que la capacidad de conseguir, resulta el descontento de lo que se posee y la insatisfacción sale a la luz.”
Este descontento es el reflejo de una sociedad que anhela soluciones efectivas y éticas en un contexto de incertidumbre mundial. Ante este panorama, el desafío para nuestra clase política es monumental: deben asumir la responsabilidad de actuar con ética y moralidad para resolver los problemas sociales que enfrentamos.
El desafío radica en si nuestros políticos estarán a la altura de esas expectativas.