El término Distopía nos habla del futuro menos ideal de cualquier cosa o tema. En literatura hay ejemplos de obras distópicas como la clásica "1984" del periodista inglés Orson Wells o "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley. En ambas las sociedades ficticias y futuristas que plasman estos dos autores son sociedades degradadas en el tránsito a un desarrollo tecnológico y económico finalmente alcanzado, pero a costa de mil sin sentidos en la vida individual y colectiva. Sociedades degradantes pues siguen llevando a sus integrantes y aún a sus dirigentes a una falta de propósitos y objetivos satisfactorios pues lo material no les resarce la existencia; hay una deshumanización que los hace -digo yo instintivamente- a buscar realizaciones y reconfirmaciones como seres humanos, mismas que el sistema les ha direccionado solamente rumbo al éxito y hacia un discurso que incrusta si regresos a la felicidad dentro del triunfo y realización económicos y el poder. No pretendo comparar el estado actual de nuestras civilizaciones con las ficciones y futurismos de Huxley o de Wells, aunque si la obra de este último hubiese sido escrita en el año de 1984 que el veía muy lejano, tal vez la hubiese denominado "2024" y el gran hermano habría ya contado con celulares y drones entre otras herramientas; desde luego que Huxley no habría llamado "soma" al estimulante que mantenía drogados y alienados a los ciudadanos de su novela, pues contaría con múltiples y variados tipos y alcances de las sustancias que ahora nos acechan a cada paso. No comparo, pero tampoco ignoro similitudes que han sido rebasadas; solo menciono, a esas sociedades distópicas y ficticias concebidas en aquellos entonces, pues lo que ahora sucede en el mundo pareciera ir en ese mismo rumbo o quizá peor; quisiera pensar en utopías, no sólo como antónimos de la distopia sino como legitima búsqueda que nos debiera dar sentido y dirección, pero estas han ido quedando cada vez más lejanas y sepultadas que el propio Tomás Moro.
Uno de los factores que más degradan al individuo y lo deshumanizan es la violencia. Esta siempre ha existido podríamos decir, pero en algunas ocasiones si bien no se justifica tiene una explicación como sucedería en reprimir un motín carcelario o un disturbio que amenace la seguridad de familias; responder a un ataque en guerra, etc. Pero siempre han existido abusos y exageraciones sobre todo contra los más vulnerables; antes pensábamos en esclavos, asesinados, lesionados y/o prostituidos y ahora pensamos en migrantes maltratados por igual, pero el hecho es que ahora y sobre todo en nuestro país ha venido creciendo la violencia desde hace tres o cuatro décadas. No culpo ni disculpo a partidos políticos ni administraciones gubernamentales por sí solas, aunque forman parte en que el entramado de la violencia se presenta y a veces no sólo por omisión resultan culpables. Hablo de un crecimiento cada vez más señalado de una violencia que se presenta ahora en muchos más lugares de nuestra República, aunque haya zonas con mayor incidencia. Inicialmente como causales surge algo innegable que es la lucha por espacios y territorios en el crimen organizado y en el poder de los narcotraficantes; sin embargo, además de la cantidad de muertos, despedazados y desaparecidos hablo del comportamiento cada vez más violento en ese tipo de manifestaciones; hablo de que la violencia ya no es sólo por ganar un nicho de mercado de las drogas o un territorio de movilidad para la extorción y el secuestro por decir algo, sino de una violencia que tiene que ver también con lo que empiezo a constatar y llamo “el negocio de asesinar” que, inserto como esta en un escenario violento por muchas causas, tal vez estemos desestimando. Hablo de una violencia que no es solo de grupos organizados si no de policías y soldados que se expanden más allá de sus obligaciones institucionales y que también buscan ser exitosos teniendo más dinero que el que nunca obtendrían con su sueldo, pues finalmente es el modelo económico neoliberal que hemos adoptado; no en México sino en casi todo el mundo, lo que no cabe como consuelo para nadie pues ya lo dice el refrán: “mal de muchos, consuelo de tontos”. Me refiero también a un tipo de violencia que me parece el más alarmante: la violencia gratuita que finalmente no lo es tanto pues podemos encontrar en ella un modelo de confirmación masculinizante que nos ha sido imbuido desde la niñez y la niñez de varias generaciones atrás. Ese modelo, el de ser más fuerte y hasta atemorizar a los demás, va aparejado con el paradigma económico del hombre exitoso y aunque hay divisiones sociales en las que el poder económico se localiza más en el hombre blanco y rico, la violencia encarnizada se ha tornado una nueva forma de poder, el necro poder, que permea hacia diferentes estratos y que luego se enfatiza en los más pobres, por que finalmente estos no dejan de ser instrumento de corporaciones (legales o ilegales) o individuos poderosos. Y aquí se presenta otra derivación violenta de esos desprotegidos ahora poderosos que también reconfirman su masculinidad abusando de “sus” familias y sobre todo de sus mujeres.
Der tal suerte que no se concreta la violencia a terminar con la vida de alguien, sino que en el fenómeno patológico que solo enuncio, busca confirmar la virilidad como un prototipo que resulta muy leal y útil para el modelo económico neoliberal, consumista y patriarcal que resulta ser el más conveniente para perpetuarlo. Y es que los individuos (hombres y mujeres) con mayor libertad y sensibilización humana no son útiles para el modelo que exige una alienación como la que pintaba Huxley a través del Soma o como el orden impuesto también a la sociedad de aquel 1984 tan lejano para Wells.
El control económico, la violencia, el narco poder y el necro poder forman parte de esa sociedad distópica que venimos construyendo y cuyos hechos son cada vez más y alarman más; aunque no nos alarmen a todos, y eso es lo más grave.
Al respeto la Doctora Sayak Valencia del Colegio de la Frontera Norte escribió una obra de investigación que se llama Capitalismo Gore, aludiendo al cine de terror o al más violento. En ella toca uno de los puntos más sensibles y delicados en los que se va engendrando la violencia y señala que muchos comportamientos masculinos violentos devienen del pánico de muchos hombres de no parecer (o ser) femeninos, pero sobre todo de demostrarse a ellos mismos la idea equivocada de ser machos o muy hombres, pues se escenifica durante sus vidas una especie de teatro interno para equipararse a un modelo “heteropatriarcal” que es el generalmente aceptado y en el que no se puede tener ni la mínima debilidad de femineidades o delicadezas. Este tema es necesario tocarlo en otra colaboración por razones de espacio, pero es importante reflexionarlo y reconocerlo para trabajar en sus soluciones y aquí surge una pregunta: ¿Si mucho del origen de la violencia surge de la idea de masculinizar el éxito y el poder a lo masculino, el hecho de que en México tengamos por primera vez un liderazgo presidencial en manos de la mujer podría cambiar las cosas? Y no hablo de que las mujeres o el feminismo tengan que remodelar la idea de éxito, ni que las mujeres no puedan pensar en la masculinización del poder o de los liderazgos, pero no puede dejar de reflexionar que en la idea de una mujer puedan tener cabida acciones más sensibilizadoras de lo humano, no necesariamente lo femenino. Recuérdese que Claudia Sheinbaum tiene como base de sus planes algo que sería el humanismo mexicano. Eso no excluye la necesidad de tomar acciones contundentes incluyendo el uso de la violencia legal como monopolio y responsabilidad del Estado, en contra de quienes han rebasado los límites y amenazan la seguridad y economía de este país. Hay mucho por hacer, justicia, educación y cultura son acciones torales para construir un modelo y de economía de país más humanizado, menos desigual. También son torales para deconstruir, al propio tiempo el machismo y la violencia y en una palabra la distopía que ya empezamos a vivir.
El lema debe cambiar por: No sólo balazos, también abrazos.